martes, 28 de febrero de 2012

En Toledo había una playa





Las sombrillas multicolores desperdigadas en la orilla, hacian soñar con lugares lejanos y más luminosos.

Las personas se encontraban cobijadas a la sombra o tumbadas al sol.

Otras,  sobre mantas en el suelo o en sillas y mesas de plástico degustaban comidas traidas desde sus casas, era muy frecuente la tortilla, los filetes empanados, los pimientos fritos y se bebía vino tinto con gaseosa.

La familia entera (padres, abuelos, tios y niños) se reunian para pasar un día particular,  juntos,  eso era la costumbre.

También, era la época de los seiscientos, los gordinis, las vespas, el ruido de las conversaciones, la música de los primeros transistores que amortiguaban el zumbido de las cigarras.

Los niños jugaban al futbol o a correr ruedas de coches ya en desuso, que también les servían como flotadores cuando se daban un chapuzón .

Era todo más pobre, pero más sencillo y sin embargo la gente me parecía más contenta.

Os aseguro que en Toledo había una playa, más arriba del majestuoso puente de Alcántara, donde yo me bañé más de una vez con toda mi familia, sin miedo a envenenarme con aquel agua, para aliviarme del calor de aquellos meses del verano.

Porque lo corriente era bañarse en los rios, y cuando se podía en el mar, el mar....


GREGORIO GIGORRO
"En Toledo había una playa"
Óleo sobre lienzo
Firmado y fechado en 2.007
Medidas: 100 x 81 cm





sábado, 25 de febrero de 2012

Vaya vista


DESDE MI AZOTEA

 Se divisan los tejados, las cúpulas, el arbolado de los parques bajo la luz diáfana de cualquier mañana o de cualquier tarde.

También se divisan las gentes que parecen de juguete, afanándose en sus quehaceres cotidianos, como de juguete parecen los coches, con sus colores multicolores.


Desde mi azotea se divisan algunas personas que charlan mientras toman café, el humo de las chimeneas y más allá por detrás de los edificios, el campo con sus llanuras, montes, sembrados y caseríos, hasta llegar al mar, ¡El mar!.....


También se divisa el cielo, ese techo gigantesco, esa bóveda enorme que se abomba, que nos cubre y nos protege. Se me antoja un lugar habitado por una multitud de geniecillos que se pasan cada jornada mudándose de vestidos tenues y vaporosos hasta llegar a los más rabiosos y rutilantes al final de cada tarde.


Mi azotea es muy particular, su peculiaridad estriba en que desde ella uno puede disfrutar de todo, todo aquello que desee soñar.


El horizonte es tan amplio y lejano como tus sueños. Sueña siempre desde tu propia azotea.



GREGORIO GIGORRO
"Vaya Vista"
Óleo sobre lienzo
Firmado y fechado en 2.004
Medidas: 46 x 65 cm





















martes, 21 de febrero de 2012

Retrato de mi hijo mayor

PARA TI:


 

Para ti, las caricias más largas e intensas, los abrazos más fuertes y frecuentes, los paseos interminables por el parque, donde siempre te duermes, los gorjeos de los pajaritos, los mil y un verde de los árboles que se mueven a tu paso saludándote, estoy seguro.

Para ti, la luna llena que llega sobre los fuegos artificiales que se ven desde la terraza, mientras el sol descansa.

Para ti, la mejor cucharada, el vaso más cristalino de agua, el zapatito más cómodo, el gorrito más coqueto que te proteja del sol.

Para ti a borbotones, toneladas, de todo el amor que somos capaces de regalarte, porque tú eres lo mejor que tenemos.

Ah, sigue durmiendo, no te preocupes de nada.

 



Retrato de Andrés
2.012



sábado, 18 de febrero de 2012

El Circo

 
  Como decía aquel:

 



El peso del mundo es amor. A pesar del peso de toneladas de odio y rencor, a pesar de la feroz conspiración que se libra contra la vida, yo siento que el peso del mundo es amor con mayúscula, sin limitarse a una persona o una cosa, sino que inunda hasta rebosar los más variados aspectos y niveles de la vida del ser humano.

 

Yo nací en un país en el que de la muerte se hizo una fiesta plagada de un ritual hermoso, donde sigue oliendo a arena recién regada, a humo de puros y a sangre de animal sacrificado.

 

Yo nací en un país donde los cielos se cuajan de estrellas cada noche de verano, donde el sol cae de plano como el plomo y su color y calor te ciegan al igual que lo hacen los verdes campos en primavera y más tarde los amarillos y anaranjados en el estío.

 

Yo nací en un país donde cualquier ciudad es un espejo viviente de la memoria hecha piedra después de tantos siglos pasados.

 

Yo me siento romano, árabe, judío y cristiano a la vez, he cargado con un pesado fardo, lleno de melodías barrocas, de arabescos, de fuentes que susurran, de colores velazqueños y de formas góticas, de la exuberancia de Picasso, de la locura por el color de Matisse, de películas de Almodóvar, y sobre todo de los recuerdos de mi infancia, que en mi caso no lo son de un patio de Sevilla, de un huerto claro....

 

Pero después de todo esto, sé que no hay otro tiempo que el que vives, ni otro día que el presente.

 

Desearía hacer de mi vida un cuento o una vida de cuento y ofrecérsela a mis semejantes, en forma de abanico, de mural, de bandeja, porque nada sería más gratificante para mí, que los habitantes de cualquier parte del mundo al tomar el metro se toparan con un mural, o subieran a un autobús cubierto por un anuncio divertido, se limpiaran con una toalla, se pusieran una camiseta o se tomaran un café delante de un cuadro, todo ello salido de mi mano.

 

Una amiga mía me decía: me gusta sentarme aquí, porque este cuadro me da paz, me relaja, "se llama la siesta".

 

Henry Matisse decía que los cuadros o las obras de arte tenían una especie de poder curativo y otro francés que el arte es lo que colma la vida humana.

 

Yo suscribo todo esto y siento que, si una persona tiene un sueño, debe perseguirlo, porque nunca se debe dejar de soñar y hacer soñar a los demás.

 




"EL CIRCO". 2.012