domingo, 28 de octubre de 2012

La rata Tata en el museo


A punto estuvo de reventar Tata, después de darse aquella gran comilona, por fin se había zampado aquel cuadrito; se trataba nada menos que de un retrato de una princesa, de esos que encargaban cuando se iniciaban los tratos de matrimonio entre príncipes de otras épocas.

Nuestro animalillo peludo se quedó prendado de aquella belleza risueña, desde que la descubrió en el desván del museo, donde tantos otros cuadros esperaban para ser limpiados. Ella se quedó bizca, ¡qué retrato tan lindo! "Se decía", ¡qué cuello tan esbelto!, ¡qué primor! Su mirada parecía perseguirla, "Me la comería enterita"; ¡oye, dicho y hecho! Era un decir, porque como es lógico, se tomó su tiempo. 

Poco después de nacer nuestra ratita, toda su familia se había mudado al museo, para tener otro "aire", decía el padre, aconsejado por la otra parte de dicha familia que vivía muy cerca en otro edificio de mucho postín. En el Museo se podrían empapar tanto de cultura como de comida ya que contaba con una amplia cafetería frecuentada diariamente por una caterva de turistas. Lo cierto es que Tata se encontraba en su salsa, desde muy pronto mostró una gran atracción por la actividad artística y enseguida averiguó todos los vericuetos de aquel templo de la belleza.

Nunca pensó que esa atracción se convertiría en su auténtica obsesión, sobre todo cuando descubrió en el taller de restauración el retrato que quiso hacer suyo, sólo suyo; después de ver todas las obras colgadas de los muros desde su mirada a ras del suelo, toda vez que el museo quedaba desierto, no había duda, la elegida era la mejor, parecía olvidada, sola y desvalida; nadie la echaría en falta.

Noche tras noche, la empezó a echar el diente, roe que te roe, y poco a poco veía como aquella princesita paulatinamente iba desapareciendo, primero por el fondo, después por los trozos del vestido, los rizos, continuando por los párpados, la mirada chispeante... 

Todo aquel ser representado viviría dentro de un animal peludo tras el largo invierno. Así el marco construido por dos columnas clásicas a ambos lados, coronado por un frontón, todo ello dorado al agua,  quedó como único testigo de lo que un día enmarcó: ese instante pintado que parecía eterno. Quizá algún día alguien se devanaría los sesos pensando que pudo albergar aquello.

No sé, no sé... La vida frecuentemente nos sobrepasa; Las andanzas de aquella ratita incansable a lo mejor, sólo acababan de comenzar.



GREGORIO GIGORRO
GREGORIO GIGORRO
"Veo, veo"
Tinta china y acrílico sobre cartón
Firmado y fechado en 2.012
Medidas: 35 x 25 cm

Aranjuez,  28 de octubre de 2.012




sábado, 13 de octubre de 2012

El sueño de la princesita



Desde su más tierna infancia,  Eva creció entre algodones y sedas, teniendo a todo el mundo a sus pies, prodigándole su más ferviente devoción, pues era la princesa, llamada a regir el destino de su pueblo, del cual estaba totalmente apartada; su vida trascurría en un ir y venir a los palacios de sus padres, a cual más hermoso; aunque de todos ellos la niña prefería con diferencia uno situado al borde de un río caudaloso, cuyas orillas estaban pobladas por recios árboles y bellísimos jardines repletos de paseos, con un sinfín de flores y fuentes monumentales. La llevaban a montar a caballo bajo la sombra de los plátanos, a navegar en falúa escuchando los solos del mejor cantante de opera del momento; todo para suavizar la férrea educación a la que estaba sometida la princesa, pues algún día se convertiría en reina. Sus viejos padres con frecuencia le decían: "Tú, tendrás que lidiar con una herencia portentosa".

La niña, de todo esto no comprendía nada, sin hermanos con los que jugar, se entretenía con las muñecas o con hacer volar a las cometas o hacer navegar a los barquitos en los estanques; pero nunca dejaba de soñar con volar a otros lugares, pues intuía la existencia de otros mundos, más allá de los confines de una vida demasiado encorsetada en palacio. Cada vez que abría el balcón de su habitación, sobre todo en primavera, le alegraba el gorjeo de los pájaros y se decía: "Vuelan, no paran de hacerlo y parecen contentos". Cuando paseaba con su dama, de entre las flores salían a su paso multitud de mariposas de colores, le llamaban la atención las de color naranja especialmente. Cada noche, le perseguía hasta conciliar el sueño, el vuelo de aquellos insectos y una vez dormida empezaba a correr, correr sola detrás de las mariposas hasta volver a la realidad a la mañana siguiente.

Así fue trancurriendo el tiempo que no mermó ni un ápice su obsesión por el mismo sueño, aquel que con insistencia se repetía, independientemente del lugar donde se encontrará. De poco servían las visitas de otros príncipes, de las fiestas, de los fastos, de toda la pompa que conllevaba su posición; su alteza sólo tenía una idea: "Volar sin parar".

Una buena mañana, habiendo preparado todo, salió de puntillas, sabiendo el lugar por donde pasaría inadvertida y de golpe y porrazo se dijó: "Pies para que os quiero", y corrió, corrió ... no sé cuanto, pero sí hasta que el cansancio la derrotó; extenuada se desplomó sobre la hierba a los pies de un gran plátano de sombra y se durmió como una piedra.

Llamaron  a  la puerta, al despertar la mostraron un vestido anaranjado, cubierto por montones de mariposas que recorrían volando toda la primososa prenda; se lo habían confeccionado para la cena de aquella noche, pues era su cumpleaños. Eva acababa de estrenar doce años, y sonrió.

GREGORIO GIGORRO
GREGORIO GIGORRO
"la niña  y la cometa"
Tinta china y acrílico sobre papel
Firmado y fechado en 2.011
Medidas: 35 x 50 cm



Aranjuez, 13 de octubre de 2.012

sábado, 6 de octubre de 2012

La faena



Redondo como el sol radiante, como la pelota que rueda, como las ruedas de los coches con los que juegas; redondos son los ojos con los que miras al cielo que también es redondo como la Tierra que habitas. Redonda, como la mesa redonda dispuesta para la fiesta, que si sale bien, será también redonda, como los buenos negocios y las estupendas faenas libradas en la plaza redonda.

Redondo como un tondo, un reloj, un ojo de buey, un arco de un puente... Todo lo que es redondo me gusta porque me envuelve, me atrae.

Dios, debe ser redondo porque cabe todo, no tiene esquinas; ¡Qué rico estaba el arroz cocinado en la paellera! ¡Y qué hermosa estaba la luna llena aquella noche sobre el firmamento! Y qué decir de la tarta redonda que está esperándote para festejar el mejor día de tu vida, el que tienes para disfrutar, pues no hay otro hoy por hoy. ¡Felicidades!


GREGORIO GIGORRO
"la faena"
Óleo sobre lienzo
Firmado y fechado en 2.010
Medidas: 60 x 60 cm


Aranjuez, 5 dc octubre de 2.012