Ya no estás entre nosotros, te has marchado definitivamente; pero yo, tu sobrino, te recordaré siempre porque desde muy pequeño estuve con vosotros, contigo y con el tío. Como mis padres tenían que trabajar les ayudabais a cuidar de su primer retoño, así empezasteis a ser un poco padres conmigo siendo aún novios.
¡Qué guapos estabais el día de vuestra boda, camino de la iglesia! Tú esbelta, sonreían tímidamente tus ojos verdes bajo el moño recogido en una diadema, él apuesto y sobrio como siempre fué. El evento quedó deslucido por la muerte de tu suegra, por ello en casa de los abuelos obsequiasteis a los pocos invitados a tomar limonada y pastas; sobraron muchas que se guardaron en la bodega, mis viajes a ésta se prodigaron bajo la mirada pintada del caballo de cartón fallero y las enormes tinajas que parecían vigilar mis visitas para endulzarme con los borrachos, pastel delicioso, muy pero que muy dulce. Cada vez que me como uno de ellos, me acuerdo de aquel día todavía.
Recuerdo tus regañinas porque no quería echarme la siesta, también cuando nació mi hermana mientras estábamos en casa de los abuelos en aquella blanca y fría mañana de enero.
Cómo olvidar aquellas nochebuenas, comiendo el pavo recién cocinado, criado por la abuela, habiéndole visto antes desangrarse sobre el barreño de barro salpicado de humeante sangre; también cuando íbamos al campo a recoger la aceituna o la uva, todos juntos y contentos. Aquellas vacaciones en la Casilla donde vivíais cerca de Aranjuez, a la que he vuelto muchas veces, tú lo sabías; ahora ahogada por una fría y rápida autopista. En ese mismo lugar, siendo yo un niño, había un vivero repleto de magnolios y un sinfín de plantas, un arroyo justo al ladito donde nos bañabamos y un lilo aún costado de la casa y sobre todo mucho silencio.
Cómo olvidar los paseos en la Vespa del tío, tomando la curva de la calle de San Antonio, bajo los tilos. Me acostumbré al olor de la gasolina, a los umbrosos paseos, a los arroyos que discurrían bajo los centenarios plátanos, al perfume de los magnolios... Aquellas comidas en familia, a la sombra de las moreras todos juntos cuando aún vivía el abuelo, son inolvidables.
En aquella época, todo, todo era más intenso: el olor a tomate recién cortado, el calor de una tarde de verano, el barro cuando llovía, el aroma del aceite sobre un trozo de pan, tus ojos verdes, tu risa, tu voz. Ahora todo eso se ha apagado; me fui a despedir de ti, a uno de esos sitios horrendos, tan a la moda en nuestro tiempo, donde se pierde toda intimidad y recogimiento.
Habrá que acostumbrarse a tu ausencia, ya no volveré a escucharte, a besarte, tu forma áspera y sincera de contar las cosas ha cesado. Pero yo te llevaré conmigo mientras viva, porque tú, me enseñaste mucho cuando era un niño. La infancia es el saldo de mi vida, y eso, no es moco de pavo.
A mi tía Alicia.
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GREGORIO GIGORRO "El paseo" Tinta y acrílico sobre papel Firmado y fechado en 2.012 Medidas; 42 x 29,5cm
Aranjuez, 2 de diciembre de 2.012 |