domingo, 24 de abril de 2022

Angustia

 Los días eran una fiesta continua para aquella familia, sin embargo las noches eran harina de otro costal, la casa parecía convertirse en algo vivo, un ser que se enseñoreaba del lugar como si le perteneciera.

¿De quién eran esas pisadas arrastradas en el piso de arriba?, allí dormían los niños como angelitos, ella les acababa de arropar. ¿De dónde venía ese olor nauseabundo en la habitación del fondo?, de la que los perros huían despavoridos y no salía ni con lejía día tras día. ¿Quién encendía y apagaba bruscamente las luces de aquella casa, cuando caía la noche?, mientras todos dormían o quizá no.

Así llevaban más de diez años en aquel caserón alquilado para las vacaciones, adosado a la iglesia de aquel pueblo cercano a Barcelona; donde vivían días alegres y largos cada estío, la familia y sus amigos disfrutaban de lo lindo pero cuando caía el sol se sentía un peso denso, una presencia, algo que tomaba posesión del lugar enseñoreándose, recorriendo cada rincón, impregnando todo de un aire lúgubre e inquietante.

No conseguía acostumbrarse a ver que los cacharros de la cocina se caían ni que la tocaran en la cama mientras su marido dormía a pierna suelta; la ponía de los nervios, las sombras se paseaban sin poder atraparlas ni olvidarlas, sin saber qué era aquello, ella se despertaba sudorosa, alterada pues los toqueteos se repetían, las pisadas, los ruidos, el hedor insoportable. En ciertas ocasiones algunos de los suyos por el día hacían alguna broma sobre lo jaranero que había estado el fantasma pero nada más.

Aquella noche era particularmente calurosa, el cielo desde por la tarde se había ido encapotando y el viento empezaba a soplar con fuerza; que las vigas sonarán o las puertas no cerraban bien estaba dentro de lo lógico sobre todo allí.

Se marcharon pronto a la cama, antes de esto su cuñado entró en la alcoba para pedirle el despertador, al marcharse cerró la puerta y en un segundo sintió que penetraba en la habitación algo; intentó quitarle importancia y se tumbó en la cama, él se durmió pronto porque tenía que madrugar.

El calor chorreaba por todo su cuerpo, esa presencia, ese ser deforme tal vez una sombra se paseaba sin cesar por el lugar, a la vez que el techo se iluminaba de tanto en tanto con los relámpagos, los truenos daban la réplica al crujir de las vigas mientras la lluvia descargaba con furia sobre los cristales, entre tanto ella percibía que ese ser iba y venía por la habitación vertiginosamente, con sus nervios a flor de piel, moviéndose continuamente, de pronto se produjo un silencio, todo pareció calmarse  y ella se incorporó en el lecho abriendo de par en par los ojos. Una negra sombra como una nube flotaba en lo alto, ella estaba petrificada, agarrotada sin atreverse a moverse ni un ápice.

En un santiamén aquella extraña figura se precipitó propinándole un sonoro tortazo que le cruzó la cara, dejándole dolorida, atónita, buscando de donde venía aquello que se escurría y que acaba de golpearla con contundencia, rompió a llorar amargamente, sin saber quien había sido el autor, al mismo tiempo se agarró a su marido que con su llanto se despertó sobresaltado.

La tormenta había acabado, ella estaba hecha un mar de lágrimas, desquiciada por los nervios y a punto de reventar, el vaso de la paciencia se colmó y se derramó a raudales.

Dejaron aquella casa para siempre.

El abandono hizo estragos en aquel caserón, con peligro de derrumbe se demolió y al retirar los escombros quedó al descubierto un cementerio repleto de tumbas, mausoleos al lado de la iglesia.

Sin saberlo habían perturbado el sueño eterno a otros seres, ya desaparecidos de la faz de la tierra; y a los muertos hay que dejarlos en paz porque sino las almas de éstos pueden molestar seriamente la vida de los vivos.

Gregorio Gigorro



En Aranjuez a 24 de abril de 2022