Es difícil describir lo que vivieron aquella noche porque las palabras están gastadas, manoseadas a la hora de contar la historia de unas personas llegadas de lejos hasta aquí, venidas en busca de una vida mejor.
Era el último sitio al que hubieran acudido, de golpe y porrazo los dos se encontraban en un bingo, él nunca hubiera imaginado que aquel día tan luminoso, disfrutando muy de mañana de la piscina por última vez les depararía tan curiosa aventura.
El caso es que el barco tardó en zarpar, al llegar el autobús que les acercaría a Málaga también se demoró, el último tren había partido y se quedaron en tierra, para rematar la faena tampoco había billetes de autobús para regresar.
Nada de esto quebró su buen humor. Esperando en la estación comenzaron a hablar con unos chicos guineanos que hablaban llamativamente bien el español, no en vano es el único país africano en el cual se habla nuestro idioma, ni que decir tiene que tenían el mismo contratiempo, no obstante hicieron buenas migas.
Por fín llegó un autobús que iría para Madrid, aunque había plazas libres no pudieron subir, cosas del destino, así que tuvieron que continuar esperando pero no sentados pues se enteraron de la salida de un tren a las seis de la mañana por lo que disponían de toda la noche pero allí no era posible, pues el recinto se cerró para adecentarlo hasta la apertura del siguiente día.
Se dirigieron al único bar que se encontraba abierto pero al llegar comprobaron que iban a cerrar, les contaron a las chicas del local su situación y éstas les indicaron el bingo de marras, allí podrían permanecer a gusto, al parecer el barrio era muy movidito a esas horas; en la estación les esperaban los dos guineanos, por el camino se encontraron con un joven peruano quien también se unió al grupo, ya eran cinco con sus correspondientes equipajes depositados en la recepción donde un señor repachingado no se inmutó lo mínimo por los voluminosos bultos, se diría que estaba acostumbrado a semejante situación.
Los nuevos eran ellos pues ninguno había puesto los pies en un lugar como aquel, lleno de máquinas de lucecitas de colores que no cesaban de parpadear, con paredes de color pistacho subido y una gran sala atiborrada de gente bebiendo y comiendo que escribía en unos cartoncillos llenos de cifras y en el cual de tanto en tanto, se boceaba: "Bingo, línea y cosas por el estilo".
Un señor sobrado de carnes, feo y falto de educación daba por hecho que los nuevos clientes sabían el funcionamiento del juego, no era así aunque en un pis pas lo aprendieron y la gracia fue que ganaron unas cuantas veces lo que les produjo mucha risa, ni que decir tiene que se lo gastaron allí mismo excepto el más joven de los guineanos que aunque compartió su premio con los compañeros ocasionales, le permitió poder adquirir el billete de regreso.
Por fín la estación del Ave estaba abierta de par en par, eran los primeros en flanquear aquellas puertas de un espacio desangelado y frío, de un gusto insípido hasta decir basta.
A esas horas el cansancio hacía mella, el calor sofocante ayudaba a ello, llegó la hora y pudieron sentarse a descansar, se despertaron ya a las puertas de la capital, con una sonrisa y con la intención de volver a verse se despidieron, pero frecuentemente se queda solo en eso.
Para mi, guardo de aquello una sensación grata pues sentí que unos seres de tan distinta procedencia con vidas bien distintas nos juntamos por pura necesidad esperando lo mismo, claro que no hay que olvidar que compartiamos el mismo idioma, la misma cultura, con las diferencias lógicas debido al origen de cada uno de nosotros pero por ahondar un poco más aparte de esperar el mismo tren,
¿A qué espera, a quién espera el ser humano?
GREGORIO GIGORRO
Aire
Acrílico sobre cartón
Medidas 37,5 x 23 cm
Firmado y fechado en 2014
En Aranjuez a 3 de diciembre de 2023