Bajo la desnuda cúpula, sostenida por elegantes pilares estriados, coronados con capiteles corintios, que recordaban a los de la vecina catedral, resonaban solemnes los acordes del Ave María de Haëndel; su voz era clara y poderosa, su presencia digna de una soprano. Todos los invitados asistían encopetados al enlace nupcial, tenían el guapo subido aquella luminosa mañana de diciembre, olía bien, se sentía uno a gusto entre toda aquella gente que veía por primera vez; y en eso estaba, cuando se acordó de su propia boda, en aquella tarde del final de aquel verano lejano; en ambas ocasiones le envolvía la emoción y la nostalgia.
El propio marco en este caso más que en el otro, arropaba el acto, dotándolo de una aire intimo sin menoscabo de la grandiosidad que poseía, pues el altar estaba prácticamente en el centro, con lo cual posibilitaba que todos los asistentes se situaran alrededor, quedando los novios expuestos a merced de sus miradas, cariñosas y sonrientes.
Después de las manidas fotos, irrumpieron en el quicio del ingreso los recién casados, bajando tranquilamente la escalinata alfombrada de rojo corintio, flanqueada por maceteros de margaritas blancas. De frente les esperaba un coche muy particular, un Ford descapotable de 1920, color beige, que daba el contrapunto al cortejo, sin parar de lanzar una lluvia de globos, de serpentinas, tirados a través de tubos también multicolores.
Era una fiesta en toda regla, que no dejó indiferente a los turistas que pasaban, como tampoco lo fue para las bandadas de palomas que salían despavoridas ante tal alborozo.
El cuento que podía continuar mucho más, bien podría haber comenzado así: "Aquella mañana, Granada era una fiesta".
GREGORIO GIGORRO "Jardines del Partal" Acrílico sobre papel Firmado y fechado en 2000 Medidas 72 x 50 cm En Aranjuez a 10 de enero de 2015 |