Estiró tanto la vuelta del cementerio que ésta se le antojó eterna, tanto como el descanso de un muerto.
A decir verdad, nada en este mundo deseó con todas sus fuerzas que la cuesta llena de curvas, escoltadas por tapias de piedras y olivares continuara hasta el infinito, como si de un chicle se tratara.
Que la luz de aquella tarde fría de enero siguiera resplandeciendo hasta que el sol se secara.
Que todo lo que escuchara de él, no cesara nunca, de reojo lo miraba como si fuera el pastel más apetitoso; se le hubiera comido a besos, pero no, no era buena idea, prefería disfrutar a fuego lento igual que se paladea un buen guiso. Mientras hablaba de cosas triviales, con el desparpajo y la gracia que siempre había tenido.
Ella iba guardando aquel instante mágico, el mejor asidero para la esperanza, el tesoro más preciado.
No era para menos, había transcurrido mucho tiempo desde la última vez, para una madre no ver a su hijo, a su niño del alma siempre es demasiado.
Y pensar que gracias a la muerte de su suegro, el nieto había regresado a darle el último adios.
Sucede algo triste y acto seguido ocurre una alegría, la vida debe de ser una caja de bombones con todos los sabores y sinsabores, nunca sabes cual te va a tocar.
Yo prefiero el sabor intenso, te deja un regusto que dura siempre dentro de ti, ¿y tú?
GREGORIO GIGORRO Boceto de niño Bolígrafo sobre papel Firmado y fechado en 2024 En Aranjuez a 6 de abril de 2024 |