Corre, corre caballito, le decía la mirada del muchacho a su equino, éste con la suya parecía asentir; se habían preparado concienzudamente para la gran carrera, todos los días se entrenaban, poco importaba estar cansado o desanimado, que hiciese calor o frio.
El caballo y el jinete realizaban escrupulosamente el ritual diario paso a paso; enjaezaba al animal, se embutían su uniforme desde las botas a la gorra, siempre imaginándose que ya había llegado el día señalado.
Viene que ni pintado el término francés "repétítion", ensayo en nuestro idioma, repetir una y otra vez hasta la saciedad para conseguir lo deseado.
El abuelo, sentado al sol no perdía ningún detalle de la escena, mientras golpeaba suavemente el bastón sobre las losas de piedra, le resonaba el sonido de las herraduras relucientes camino de las caballerizas. Se veía como un mozo atento a las indicaciones de su padre, un consumado jinete antaño; había librado multitud de competiciones, resultando ganador en unas, perdedor en otras, dependiendo, claro está, de los escollos que tuvo que sortear.
Los ojos decrépitos del abuelo hacían rememorar aquella frase de Jean Cocteau, "Yo tenía veinte años y de repente tengo ochenta", sin dejar de observar a su querido nieto.
GREGORIO GIGORRO "Abanico" Acrílico y tinta sobre madera Firmado y fechado en 2015 |