La luz radiante inunda la sala acristalada, el mar es un cristal quieto, inmenso, de un azul intenso, los montes lejanos están cubiertos de una gasa que les envuelve, el sol se la despojará dejando al descubierto los bosques, las casas, las gruas..., como cualquier mañana.
Las personas con sus equipajes esperan pacientemente para embarcar, van y vienen, hablan en diferentes lenguas, algunos subidos de tono, todos cargados de bultos, regresan a los paises donde viven después de haber disfrutado de las vacaciones en el suyo; él pasea más que nada para estirar las piernas, mientras el tiempo transcurre, de pronto unos bracitos se alargan hacía él, quien se agacha para subir a su dueña, una niña risueña con un vestido rosa a juego con la flor que adorna su cabecita llena de rizos, ella confiada se deja, él encantado la recoge, justo en ese instante el hombre se siente útil, contento, pleno, la niña cómoda, protegida, segura, enseguida encuentra a su madre quien le dice: "No para de corretear, mi hija es un torbellino".
Todo esto sucede en segundos, sin embargo la sensación es de calma y de sosiego, precisamente eso es lo que él ha sentido, cosa que no ocurre todas las mañanas, mucho menos esperando un barco.
GREGORIO GIGORRO "El niño y el caballo" Tinta y acrílico sobre papel kraft Medidas: 1,18 x 30 cm Firmado y fechado en 2023 En Aranjuez a 10 de septiembre de 2023. "Siempre queda tiempo para la ternura" |