Aquella mañana de enero era especialmente luminosa, él apoyado contra el cristal del autobús estaba un poco nervioso, al otro lado del móvil ella le dijo: He roto aguas, date prisa- y él le respondió: tranquila, ya voy de camino-
Era el colofón de nueve meses de espera, la niña tenía prisa por nacer; al igual que la primera vez, esta también asistió al parto. Dar vida es lo más grande, se emocionó de alegría.
Abrió los ojos agazapada como un gato, con el pelo negro como el azabache, no cesaba de mirar alrededor.
Ser padre te hace más generoso, te das sin darte cuenta, tanto que puedes llegar a aparcar tus sueños si es que los tienes; pero no te importa.
Isabel la pusieron por nombre en honor a la reina de Castilla, después de disfrutar de su colección pictórica en la capilla real de Granada.
Se crió durmiendo como una piedra, no recuerdo que llorara, prefería reir.
Ya eran cuatro, aquellos años los recuerda como un tiempo feliz, eso si sin parar de un lado para otro, trasnochando y levantándose temprano todos los días, sin embargo tenían tiempo para todo; quizá los recuerdos sufren la telaraña del tiempo y la nostalgia, de esta manera parecen más dulces de lo que probablemente fueron.
Era una niña juguetona, muy desordenada e independiente, quería arreglarselas sola como un osito, le gustaba oir a los demás cuando decía que su padre era distinto porque hacía el pino, movía las orejas y partía en dos una manzana sin utilizar el cuchillo.
En una ocasión llegó a la cocina con un bolsito de su madre pintarrajeada como una puerta y les dijo que ella de mayor trabajaría en el teatro y claro aquellos barros han traído estos lodos. A los dos niños muchas tardes les encantaba subirse a un perro que no era otro que su padre el cual a gatas les mostraba que el salón por arte de magia se había convertido en una selva con temibles animales y árboles gigantescos, pero ese perro les defendía de todo ello, no tenía precio para el padre ver los ojos de sus hijos cuando este nunca se cansaba de mirarles.
A él se le caía la baba con ellos y a su madre no digamos, entre unas cosas y otras ya han pasado veintiún años, han transcurrido como un suspiro pero para él continua siendo la niña de sus ojos, cada vez que la mira no deja de ver aquel ser que un día fue y es curioso siempre la percibe como alguien pequeño, no lo puede remediar aunque cumpla años.
Mientras recuerdo revivo montones de vivencias, de situaciones distintas, diversas; hoy como ayer, la mañana también es resplandeciente, igual que aquel día de enero y lo más hermoso es que estoy aqui sentado para poder contarlo.
GREGORIO GIGORRO Isabel 2002 Acrílico sobre papel En Aranjuez a 15 de enero de 2022 |