La lluvia no daba tregua aquella mañana de sábado, desde que llegó, la plaza era un hervidero de transeúntes; disfrutaba de la vista, no parecía tener prisa, se pidió otro café a la vez que ojeaba la prensa distraídamente, levantó la cabeza observando aquel trajín humano, de los descargadores de mercancías en los bares aledaños, las señoras que se dirigían a la iglesia, jóvenes haciendo footing, otros más mayores charlaban bajo los soportales..., de pronto fijó su mirada en una pareja; el hombre más alto que ella le rodeaba con su brazo mientras con el otro sostenía un paraguas que cerró en el instante justamente cuando se percató de su acompañante.
¡No lo podía creer!, era su mujer y estaba con un desconocido; le subió por la garganta un sudor frio hasta la coronilla, dejándole boquiabierto, petrificado.
Ella le sonreía, llevaba un corte de pelo rejuvenecedor, un atuendo desenfadado; él parecía algo más joven, de complexión atlética, también le correspondía. Ambos llevaban chubasqueros, rojo el de ella y azul cobalto el de su pareja, zapatillas deportivas, los dos preparados para dar un paseo.
Cristóbal pensó: "Qué curioso, antes no le gustaba el mal tiempo y mucho menos el deporte".
Se sintió aturdido, torpe de movimientos, sin saber que hacer, como si la silla estuviera pegada a la plaqueta hidráulica de curiosos colores extendida a lo largo de todo el establecimiento.
La pareja desapareció de su vista; la voz del camarero, le sacó de su ensimismamiento, ¿quiere tomar algo más?, un brandy por favor, le respondió; al servirle, se lo tomó de un trago, volvió a abrir los periódicos, como si dentro estuviera la respuesta a ese jarro de agua fría que había recibido.
Volvió caminando a la estación, acompañado todo el trayecto por la pertinaz lluvia, esperó abatido como si le hubieran dado una paliza a la salida del autobús de vuelta. Acomodado en su plaza, enseguida le invadió una somnolencia, cayó vencido pensando que hacer, al compas del chorreo monótono del agua a través de la ventanilla y del suave traqueteo del vehículo.
Con certeza, no supo el tiempo transcurrido, un golpe seco en el maletero le sacó del sueño. Perdón, le dijo la propietaria del bulto, ¿me puedo sentar aquí?, él, perplejo y todavía adormilado se hundió en sus ojos grandes y verdes, me llamo Ana, le apetece tomar un café, el autobús para media hora aquí, así podría estirar las piernas y tomar un poco el aire
GREGORIO GIGORRO Tablero para mesa Acrílico y tinta sobre tabla Firmado y fechado en 2015 Medidas: 90 x 90 cm En Aranjuez a 12 de junio de 2015 |