Recorre la sala repleta de ataúdes, de arreglos florales, aquella mañana de invierno cuando de repente descubrió en una papelera un periódico olvidado, al recogerlo se le escapó, cayendo al suelo y desparramándose todas sus páginas; en una de ellas leyó algo que llamó poderosamente su atención-¿Quieres bajar de cinco a veinte kilos?- sus ojos almendrados se agrandaron, una chispa iluminó todo su ser.
Había renunciado a todo, hasta el punto de ver pasar todos los trenes habidos y por haber, su vida se redujo a trabajar siempre en una funeraria, llegando a tener una relación diríamos curiosa con los muertos y sus seres queridos; su quehacer no había sido otro que sacar adelante a sus cinco hermanos, sus padres murieron en un accidente de tráfico y ella se ocupó de todos y claro crecieron, estudiaron, trabajaron, se casaron y ella se fue poco a poco marchitando; se palpaba su rostro macilento, su cuerpo orondo, diciéndose para sus adentros "Hasta aquí hemos llegado", ¡Dios mío en qué adefesio me he convertido¡, volvió a leer detenidamente el anuncio, acto seguido se marchó; allí estaba todo finiquitado.
El autobús que tomó poco a poco se alejaba del centro, entrando en barriadas situadas a las afueras, hasta por fín llegar a un polígono desangelado, sin un árbol, de calles encharcadas, recorridas por camiones, furgonetas, voces de personas vestidas con ropa de trabajo, en fín ajetreo sí que había.
Llegó a su destino, era una nave grande de enormes puertas metálicas y en lo alto había un letrero, Transportes Genaro Pérez, el señor de la puerta le preguntó qué quería, ella le respondió-Quiero bajar de cinco a veinte kilos- Él sorprendido acertó a decirle-Ahí está el camión que acaba de llegar de Villafranca cargado hasta los topes de conservas de tomate.
Ascensión se quedó estupefacta, le miró de arriba a abajo, se sintió una estúpida; aquella publicidad era totalmente engañosa, vemos lo que queremos ver, la realidad es más amplia, en esas estaba quieta mirando al vacío sin importarle los goterones que suavemente mojaban su abrigo cuando una voz grave, sonora le sacó de su ensimismamiento, -Señora, buenos días, como siga así se va a resfriar, ¿porque no tomamos un café en el bar de enfrente o algo calentito?, le entonará el cuerpo-
Ella vió un hombre maduro, lustroso, de poco pelo, con unos ojos negros y una franca sonrisa.
-¿Por qué no?, vamos, me llamo Ascensión, ¿y usted?-
-Genaro Pérez para servirla.