Este es el cartel que reza, por cierto de generosas proporciones, sobre la fachada del palacio que perteneció a los duques de Osuna. ¡Cuesta trabajo imaginar como debió de ser aquello en sus momentos de esplendor!, viendo su actual situación de completo abandono, ahora compartimentado por una parte en un restaurante y en unas casas de vecinos por otra.
La puerta de acceso, aún así nos habla de la prestancia diocechesca del lugar nada más flanquearla, se puede admirar en el apeadero en lo alto y ambos lados de la verja, dos esplendidos jarrones testigos del gusto neoclásico de sus propietarios, los Osuna, que al igual que los Medinaceli, Alba, Oñate y otros, poseían palacios para disfrutar de las estancias de la familia real, cuando ésta se desplazaba hasta Aranjuez cada primavera.
Aquellos nobles amantes del arte y de la buena vida fueron los responsables de dar cobijo y sostenimiento a una pléyade de artistas importante, porque era un deber ensalzar a las Bellas Artes y a sus autores que venía de lejos, desde el Renacimiento, pues era la mejor manera de propagar su estatus de privilegio y buen nombre de los comitentes en la sociedad de la época.
La condesa-duquesa de Benavente y duquesa de Osuna, doña María Josefa Alonso-Pimentel de la Soledad y Téllez-Girón, familia también de la duquesa de Alba, cuya estirpe se remonta a la dinastía de los Trastámara que perduró con los Austrias y que continuó con los Borbones, es un ejemplo señero, no el único de lo apuntado anteriormente; siendo privilegiados supieron privilegiarse enalteciendo al arte. De ahí que creara un retiro cerca de la corte donde todo absolutamente se mimó hasta el más mínimo detalle, ¡vamos un capricho!, así se llamó la quinta donde convivían el paisajismo inglés con el francés, regado por rías, lagos y estanques con esculturas de dioses vigilantes en sus orillas, con un palacio que atesoraba muebles, pinturas de lo más granado del panorama artístico, todo ello elaborado por los mejores artífices de cada campo, sin importar la procedencia de éstos. Ella fue la responsable de introducir a Goya en sociedad, de ayudar a Bocherini, a Espinosa y tantos otros. Vivió tiempos convulsos, como también lo son los actuales; la guerra de la Independencia destrozó aquel "capricho", como lo haría con tantas otras cosas y con miles de vidas perdidas, pero pudo poner en pie todo lo destruido.
Viendo el cartel que yo vi, seguro que se pondría triste, como yo lo estoy, percibiendo como el inmenso patrimonio que hemos recibido se deteriora sin que se ponga remedio. El legado artístico y cultural es la mejor herencia de un pueblo, porque es la memoria de éste; su ignorancia puede llevarnos a fatales consecuencias.
Doña Josefa sigue viva, mirándonos desde los retratos pintados por Goya, parece pasear cada primavera bajo los lilos que tanto le gustaban, en su retiro a las afueras de Madrid, lugar que podemos disfrutar evocando con la imaginación lo que debió de ser, cuando se engalanaba para las celebraciones con las que le gustaba agasajar a sus amigos. No podemos decir lo mismo de la residencia que poseía en Aranjuez, como de tantos otros monumentos de esta ciudad; por lo que se ve nada es perfecto.
GREGORIO GIGORRO "Vaya susto" Boceto para plato Acrílico sobre papel de embalar Firmado y fechado en 2013 Medidas: 37 x 37 cm Aranjuez. 16 de abril de 2013 |