El monte es un inmenso tapiz verde que protege al pueblo diminuto a sus pies,
la carretera queda atrás, el camino sinuoso se va adentrando en el bosque,
la luz clara se entremete entretanto verde reventón,
en un alfeizar un gato les mira extrañado,
en una puerta un perro ladra,
más arriba ropa secándose al sol,
las pisadas resuenan en la gravilla del camino,
el silencio implacable lo rompe el arroyo,
entre pedruscos relucientes baja con prisa para llegar al valle,
los pinos conviven con las sabinas y los fresnos,
el aire huele a orégano, romero, tomillo,
en un claro desde unas rocas la tarde sigue tendida al sol amable,
el caserío está salpicado de palmeras,
de cipreses que se entremezclan con el humo de las chimeneas.
Desde allí parece un cuento en la llanura,
detrás las colinas, una tras otra se van difuminando en vaporosos tonos,
el horizonte está lejano y ellos se abandonan a la calma del lugar,
sin más.
En Sevilla a 1 de enero de 2020 |