El ruido del despertador, le alertó de la llegada del nuevo día, seguido de un estruendo sobre el suelo de mármol y entonces, sí que abrió los ojos como platos, ¡no lo podía creer!, al intentar silenciar esa máquina inmunda, medidora implacable del tiempo y de sus obligaciones desde muy temprano, descubrió que se había hecho trizas la bola de cristal que él le había regalado durante aquel viaje a la playa, al poco tiempo de conocerse; por el suelo, desparramados yacían los cachitos de aquel paisaje urbano y diminuto, plagado de rascacielos sobre el que nevaba y nevaba.
De repente a Violeta se le agolpó todo lo vivido con él en veinte años; le resonaba en su cabeza, "Me voy", seguido de un portazo; y vaya que si se fue, poniendo un mar de por medio. Era como si los despojos de su existencia en pareja se hubieran desmenuzado en cientos de instantes de vida en forma de pedacitos tirados por el suelo.
Empezó a llorar sin parar de forma nerviosa, muy nerviosa, entre gritos y lágrimas se decidió a recoger los instantes de su vida hechos añicos, cada trozo era mágico, soñado e irrepetible, y había muchos. Cuando hicieron aquel viaje al sur, ella quedó cautivada por el embrujo de aquella ciudad, por sus atardeceres; su primera noche de amor, aunque hubo sexo por supuesto, las cañas que tomaban al fresco, las noches estrelladas, el color de los mercados, su pasión por las antigüedades, las siestas, sus despertares...Después de que se vive una experiencia en no importa en qué lugar y en qué circunstancias, si ha sido placentera se establece una relación entrañable entre las cosas, que cobran otro valor para sus protagonistas. El sonido del órgano en aquella catedral, el olor a café caliente en cierto bar donde había actuaciones de jazz o la fuerza de su mano junto la suya paseando descalzos por la arena; eran muchos, pero muchos cachitos imposibles de pegar. Aunque ella seguía recordando a la vez que recogía su pasado o lo que quedaba de él, poco a poco los lloros fueron bajando de tono para dar paso a los suspiros y a los hipos, así las aguas volvieron a su cauce.
Y esta vez sonó el teléfono impertinente, sin embargo lo agarró de un salto. "Dígame", una voz cálida en perfecto castellano le dijo: "Violeta i Olé", por favor; "Sí, soy yo, por fuerza más que nada"; la voz masculina continuó: "Señorita, hemos examinado detenidamente su dossier, su trayectoria y hemos valorado afirmativamente incluirla como colaboradora diaria en nuestra revista. Se quedó boquiabierta, pero enseguida dijo: "Perdone, yo he enviado muchas propuestas a diferentes medios de comunicación, y claro, podría decirme para cual sería", él le respondió: "Para locas por el vicio", a lo que ella contestó: "Qué bien, me parece muy propio". La única condición le dijo su interlocutor sería venir aquí, a New York dentro de una semana, para conocerla personalmente y despachar los detalles laborales pertinentes, "¿Qué le parece?", "Estupendo", dijo Violeta i Olé.
Corrió a mirarse al cuarto de baño, milagrosamente se le había iluminado la cara, habían desaparecido tantas lágrimas y su piel lucía más brillante que antes; lo que no sabía era con quien se iba a encontrar como director de aquella publicación, to be continued....
GREGORIO GIGORRO "Ella" Acrílico y tinta sobre lienzo Fimado bajo al lado izquierdo y fechado en 2013 Medidas: 40 x 40 cm Aranjuez a 28 de septiembre de 2013 |