Mi abuela criaba pavos, mi abuelo cuidaba con primor de ella; cuando llegaba la nochebuena, ella sacrificaba uno en un balde de barro que se teñía de rojo todo él con la sangre del animal.
Todo se hacía a fuego lento con leña y toda la familia se reunía en torno a la mesa, bajo la mirada atenta del abuelo.
Había una hoguera gigante hecha de sarmientos a la puerta de la iglesia, antes de asistir a la misa del gallo, la gente se arremolinaba para calentarse y ver como crepitaban las llamas que ascendían al cielo mientras tocaban las campanas.
La noche de reyes para nosotros, los niños era mágica, contribuía a ello lo que nos enseñaban los mayores, la poca luz de las calles, que si llovía se embarraban; poco importaba, el pueblo en pleno esperaba el cortejo como agua de mayo, en la noche negra iluminada con antorchas, era ensoñador.
Mi abuelo se murió y la familia fue separándose como tantas otras por razones varias. La gente con el tiempo empezó a perder el sentido de esta fiesta, a saber, la celebración del nacimiento de Jesús, los reyes comenzaron a convivir con un extraño gordinflón y claro los pequeños se hicieron un lio pero los grandes almacenes que también nacieron casi a la vez que el Papá surtían sin problema a los mensajeros de sus majestades, dando respuesta a los deseos de pequeños y no tanto; ahora los regalos son más sofísticados, más caros, los niños juegan solos, la idea de grupo, de equipo queda con frecuencia relegada al deporte.
Es curioso comprobar que en una mesa de un restaurante veinte comensales, todos jóvenes que no apartan la mirada de su móvil, nadie habla.
Nosotros éramos más simples, queríamos ser bomberos, camioneros, médicos, ellas peluqueras, maestras o amas de casa. Yo prefería que me trajeran juegos de construcción, también de indios, más tarde solo pedía colores, papel, lienzos, cosas así; los reyes conocían bien a aquellos niños.
La navidad tomó un cariz bien distinto, más profano desde luego hasta el punto que el deseo de felices navidades es compartido por el de felices fiestas, más general.
A pesar de los avatares acaecidos, el ser humano independientemente de sus creencias por supuesto respetables y respetadas no debería olvidar la memoría de cualquier hecho, éste en concreto es relevante para nuestra cultura, la occidental porque la base de ésta es cristiana en origen.
Porque sino a estas horas, qué es lo que celebramos y para qué; casi todo se ha reducido a comer como cerdos en familia.
No es de extrañar que en un anuncio televisivo por estas fechas aparece una sala repleta de todo tipo de manjares, donde se formula la pregunta: ¿A qué sabe tu navidad?, sin más, sin ninguna referencia al principio por el que fue creada, es desolador, lo que se olvida te condena a repetirlo, luego vendrán las lamentaciones que a buen seguro llegaran y pocos sabrán porqué hemos llegado hasta aquí.
Pero de cualquier manera, la puerta sigue abierta porque el otro día unos chicos festejaban las vacaciones, una del grupo se acercó con un trozo de roscón de reyes a un señor que estaba limpiando cerca de éstos y le ofreció un trozo, éste se lo comió con gusto y al pasar les dió las gracias deseándoles felices navidades, respondido por un felices fiestas, pero ellos habían compartido lo que tenían con un extraño porque lo importante es eso.
Entonces quizás la navidad debe ser compartir, acercarse a la postre en familia o con quien sea y donde sea; pero eso sí no una noche al año, todas las noches del año porque la necesidad dura toda la vida y todos nos necesitamos porque cuanto más das, más recibes, así que sale a cuenta ser generosos.
GREGORIO GIGORRO "Esperanza" Bolígrafo y lápices de colores sobre cartulina 2021 20 X 32 cm En Aranjuez a 28 de diciembre de 2021 |