Harto de estudiar jugueteaba con una pelota de ping pong sobre la mesa de la cocina, mirando abstraido a los pajarillos que saltaban de rama en rama, sintiendo como pasaban lentamente las horas; de pronto golpeó la pelota con fuerza, ésta botó un montón de veces hasta desaparecer bajo el frigorífico, se agachó para recuperarla y no había manera, la tocaba con las yemas de los dedos pero se le escurría una y otra vez.
Cuando parecía retenerla, subitamente se abrió un hueco redondo desapareciendo la pelota y él detrás empujado por no sé qué fuerza, en un segundo una boca grande se había abierto en el pavimento agrandándose; sintió que bajaba sin parar y el resto del mundo había desaparecido en un santiamén a sus espaldas.
Se encontró en otro sitio desconocido, a primera vista oscuro, poco a poco empezó a aclararse como si todo se iluminara mientras él flotaba suavemente. El lugar estaba repleto de peces de colores, donde caballitos de mar parecían sonreírle, los unicornios departían con mariposas gigantes nunca vistas por él, las plantas eran enormes, relucientes..., la sensación no podía ser más placentera.
Gustavo estaba atónito, un silencio de otro mundo invadía aquel espacio pero sin embargo él se encontraba encantado, moviéndose como pez en el agua pero sin ella; sentía su cuerpo como si fuese de goma, era capaz de hacer mil contorsiones y piruetas sin ningún esfuerzo mientras sonreía como si les conociera a todas aquellas criaturas, en una escenografía vasta, sin techos ni paredes ni suelos, todo parecía dar vueltas y vueltas y él se dejaba mecer en ese fantástico vaivén.
Entró en un embudo gigante que desembocó en una sala en forma de campana, grandísima y de luz rebosante; para su sorpresa encontró allí aquella palmera de plástico desaparecida o aquel balón, también el peine de su madre, las zapatillas de fútbol, aquel jarrón de la abuela. Pertenencias que había perdido muchos años atrás cuando era un niño.
¿Cómo habían llegado hasta allí?
En cualquier caso no le importaba el tiempo, simplemente porque para él había desaparecido, lo que le quedaba era una sensación intrauterina, vivida dentro de su madre que por nada del mundo hubiera querido perder en aquellos nueve meses y que desde luego intentó evitar sin conseguirlo. Por lo que estar en su laberinto era en ese momento su única razón de ser, tan placentera le parecía que no buscó la salida, el camino de regreso de donde había venido.
¿Para qué, porqué?, más placer no puede existir, pensaba en su interior.
Según la información recabada entre veinte hasta treinta mil personas desaparecen cada año solamente en España, imaginense en el resto de este mundo.
Cientos de casos quedan sin esclarecer, aunque sé de buena tinta que un señor un día le dijo a su mujer que se marchaba a comprar tabaco y que pasado cierto tiempo al abandonarse su búsqueda se le dió por desaparecido, otro buen día casualmente su señora vió con estupor en un programa de televisión como él se paseaba del brazo de una rubia tan campante por una playa de Miami. ¡Sorpresas te da la vida!, desgraciadamente no han corrido la misma suerte muchísimas personas de aqui y de otros lugares, que no han aparecido aún.
GREGORIO GIGORRO
Dibujo
En Aranjuez a 20 de febrero de 2022