Desde el preciso instante que colgó el teléfono, empezó a viajar; había transcurrido tanto tiempo, más de cuarenta años largos, que no podía imaginar cómo sería, si llegaría a reconocerla; sólo su voz clara y cantarina le hacía percibir que se trataba de alguien realmente joven; casi, casi era una cita a ciegas.
Muy de mañana comenzaron un viaje al pasado, a un mundo de recuerdos que formaba parte de su memoria, la cual había tejido una telaraña tan enmarañada que las vivencias lejanas, se agolpaban en su cabeza en forma de madeja desordenada.
Dejando la montaña a sus espaldas, recorrieron carreteras desiertas, campos llanos y desolados, por fin vieron la desviación hacia Fontiveros; desde siempre los dos desearon conocer el pueblo natal de San Juan de la Cruz, la ocasión era que ni pintada. Apareció a lo lejos, solitario en medio de campos de cereales; el modesto caserío parecía abrumado por la mole de la iglesia, además de unas cuantas torres había salpicando el conjunto alguna nota verde y varias lagunas, contrastando con los amarillos y ocres del resto. Pronto dieron con el sitio, llamaron a la puerta y enseguida una voz dulce, les respondió: "Ave María Purísima".
Efectivamente, Pilar, Pili era igual de joven al natural que por el teléfono, se reconocieron, comenzaron a charlar, al poco rato desapareció a hacer sus quehaceres y pronto volvió a aparecer para continuar repasando. Se quedaron solos, poco a poco abandonaron sus ansias, sus prisas y reinó el silencio; comenzaron a traer los platos mientras ponían la mesa; degustaron auténticos manjares, pues el cariño depositado en ellos sobrepasaba en mucho al sabor de la comida, que transcurrió con calma, quizá la que buscaban, afuera quedaba el resto del mundo donde abunda, vayas donde vayas el ruido, mucho ruido y pocas nueces.
Después de tomar café y mantecados, al otro lado aparecieron las ocho hermanas contentas y sonrientes agradeciendo la visita, destilaban paz a raudales, ellos se sentían contagiados; se marcharon todas excepto Pilar, la priora, siguieron desgranando recuerdos sin parar hasta que ella continuó con sus tareas; salieron y volvieron a verlas en la iglesia contigua al convento, cantando esta vez.
Les separaba físicamente una reja, pero la realidad, es que era y es un abismo; dos mundos antagónicos completamente: el de ellas presidido por la oración, la contemplación, la pobreza, la obediencia y la castidad; descalzas de toda riqueza mundana. El nuestro totalmente contrario al suyo, lo cierto es que llegaron a las doce y media pasadas del medio día y se marcharon a las siete largas de la tarde; sin embargo les pareció un suspiro, no había palabras para descubrir lo que sintieron, pues resultaban huecas, pero lo sintieron de verdad; fue como un vacío, un bienestar, como si hubieran recibido un baño extraño, que les conmovió y les revolvió su interior.
Ni que decir tiene que prometieron volver lo más pronto posible, para mojarse aún más.
GREGORIO GIGORRO "El jardín en primavera" Técnica mixta sobre tela Firmado y fechado en 2013 Medidas: 100 x 70cm Aranjuez a 31 de agosto de 2013 |