Como todos los días, él celebraba la vida como el más hermoso regalo, se levantaba muy temprano, el sol seguía acostado; prefería esperarle sentado en un banco, viendo pasar a los demás, observando sus movimientos, sus caras, sus andares... Cualquier esquina, plaza o edificio, hasta el más escondido rincón de un jardín, no importaba lo que fuese, se convertía en objetivo de sus ojos, que examinaban, analizaban y diseccionaban todo lo que le ofrecía la ciudad para ser disfrutado, sin olvidarse nunca de llevar sus bártulos; en cualquier lugar podía saltar la liebre y no quería que se le escapara.
Como cada día, anhelaba que llegara cada tarde, como todas las tardes en las que se encontraba con ella, sí solo y solamente con ella y con sus ojos.
Como siempre, salía con el tiempo pegado a sus talones, para llegar a la hora señalada, le encantaba ir corriendo aunque el estudio no quedaba precisamente a tiro de piedra del trabajo de ella, en el barrio financiero de la ciudad; pero él no se paraba en mientes y corría sin parar en pantalón corto sin tener en cuenta la estación del año; para él siempre era primavera. Sorteaba con agilidad el ruido ensordecedor de los endiablados coches, los semáforos que le obligaban a pararse en rojo y los numerosos viandantes que a veces abarrotaban las calles, éstas con sus edificios decimonónicos acompañados de otros con menos solera, las iglesias, las acacias alineadas sobre las aceras; el paisaje urbano iba mudándose por otros inmuebles mucho más altos, más modernos y más sosos, a medida que se acercaba a su meta, lo único que continuaba igual era el tráfico.
-Corre, corre, tú puedes- se decía; pensaba que la pintura y un corredor de fondo se parecían en eso: entrenarse sin prisa pero sin pausa para conseguir sus deseos sin importar el tiempo invertido.
Hasta que por fin, la vió enfrente, al otro lado de la avenida; el semáforo seguía en verde, pero justo cuando estaba a punto de cruzar, ella le gritó alzando las manos, de pronto un cochazo con prisa se saltó el semáforo; sin duda tenía la misma premura que él por llegar a su destino. Él se quedó lívido, pálido, chorreando de sudor y al poco felizmente quedó entre sus brazos apretándole sin parar, alejando poco a poco el susto y dejándose acariciar por sus ojos y todo su ser.
Como siempre, en demasiadas ocasiones en la ciudad, aquel encuentro podía haberse malogrado y todo porque un conductor no quiso o no supo pararse a tiempo.
GREGORIO GIGORRO "Una pareja particular" Tinta y acrílico sobre cartón Firmado y fechado en 2013 Medidas: 49 x 35 cm Aranjuez a 20 de noviembre de 2013 |