El éxito de Encarna y sus Pulgarcitos era
clamoroso, no importaba el pueblo o ciudad donde actuasen, Braulio era un
relaciones públicas muy eficiente y afectuoso, junto a su mujer miraban por el
negocio y el bienestar de la compañía; al no tener hijos los siete componentes
eran su única familia.
Desde abril hasta octubre la gira era
continua, recorriendo toda España, su espectáculo era variado, a base de bailes,
mucha copla, representaciones teatrales muy jugosas que alternaban con corridas
de becerros, números de circo; intentando renovarse siempre, para ellos el
público era sagrado pues de él comían y muy bien.
Aquella actuación era la última de la
temporada, fue el broche de oro; cenaron en la Traca de órdago, más tarde
llegaron las copas, bromas, risas y a dormir a pierna suelta en el mismo
establecimiento pues era el hotel de aquel pueblo conquense.
Al otro día al despertarse todos se
quedaron patidifusos, los Pulgarcitos dejaron de serlo habiéndose convertido en
hombretones como castillos excepto Encarna que ya de por si era alta, nadie
sabía que hacer, parecía el fin de la compañía; artistas, técnicos,
decoradores, transportistas, un montón de personas se quedaban sin blanca, ¿qué
podría haber ocurrido?, el hecho es que aquella noche los niños que cenaron con
sus padres allí también habían crecido desmesuradamente.
Después de las pesquisas pertinentes se
enteraron de que por equivocación las vitaminas para las gallinas del dueño del
local, que ponían huevos pequeños porque ellas eran bajitas, las habían echado
en aquella cena.
Pero eso no solucionaba la papeleta, sin
embargo, cavilaron y cavilaron, a grandes males grandes remedios.
Pepín, el pulgarcito con más desparpajo
propuso que a partir de ahora debido a su nueva apariencia serían boys y
estríperes que se dejarían sus huesos por conquistar a Linda antes Encarna;
cambiaron las novilladas por las exhibiciones a caballo, las coplas por los boleros
tuvieron más presencia los chistes, el musical...
Así renació la compañía con nuevos bríos,
antes morir que resignarse y es que Dios aprieta, pero no ahoga.