Desde su más tierna infancia, Eva creció entre algodones y sedas, teniendo a todo el mundo a sus pies, prodigándole su más ferviente devoción, pues era la princesa, llamada a regir el destino de su pueblo, del cual estaba totalmente apartada; su vida trascurría en un ir y venir a los palacios de sus padres, a cual más hermoso; aunque de todos ellos la niña prefería con diferencia uno situado al borde de un río caudaloso, cuyas orillas estaban pobladas por recios árboles y bellísimos jardines repletos de paseos, con un sinfín de flores y fuentes monumentales. La llevaban a montar a caballo bajo la sombra de los plátanos, a navegar en falúa escuchando los solos del mejor cantante de opera del momento; todo para suavizar la férrea educación a la que estaba sometida la princesa, pues algún día se convertiría en reina. Sus viejos padres con frecuencia le decían: "Tú, tendrás que lidiar con una herencia portentosa".
La niña, de todo esto no comprendía nada, sin hermanos con los que jugar, se entretenía con las muñecas o con hacer volar a las cometas o hacer navegar a los barquitos en los estanques; pero nunca dejaba de soñar con volar a otros lugares, pues intuía la existencia de otros mundos, más allá de los confines de una vida demasiado encorsetada en palacio. Cada vez que abría el balcón de su habitación, sobre todo en primavera, le alegraba el gorjeo de los pájaros y se decía: "Vuelan, no paran de hacerlo y parecen contentos". Cuando paseaba con su dama, de entre las flores salían a su paso multitud de mariposas de colores, le llamaban la atención las de color naranja especialmente. Cada noche, le perseguía hasta conciliar el sueño, el vuelo de aquellos insectos y una vez dormida empezaba a correr, correr sola detrás de las mariposas hasta volver a la realidad a la mañana siguiente.
Así fue trancurriendo el tiempo que no mermó ni un ápice su obsesión por el mismo sueño, aquel que con insistencia se repetía, independientemente del lugar donde se encontrará. De poco servían las visitas de otros príncipes, de las fiestas, de los fastos, de toda la pompa que conllevaba su posición; su alteza sólo tenía una idea: "Volar sin parar".
Una buena mañana, habiendo preparado todo, salió de puntillas, sabiendo el lugar por donde pasaría inadvertida y de golpe y porrazo se dijó: "Pies para que os quiero", y corrió, corrió ... no sé cuanto, pero sí hasta que el cansancio la derrotó; extenuada se desplomó sobre la hierba a los pies de un gran plátano de sombra y se durmió como una piedra.
Llamaron a la puerta, al despertar la mostraron un vestido anaranjado, cubierto por montones de mariposas que recorrían volando toda la primososa prenda; se lo habían confeccionado para la cena de aquella noche, pues era su cumpleaños. Eva acababa de estrenar doce años, y sonrió.
GREGORIO GIGORRO "la niña y la cometa" Tinta china y acrílico sobre papel Firmado y fechado en 2.011 Medidas: 35 x 50 cm Aranjuez, 13 de octubre de 2.012 |