"Regálame una tarde como aquella, porque sé que no habrá otra igual".
¡Qué bien le sentaba aquel vestido cuajado de rosas sobre un fondo negro, las sandalias planas, la pamela de paja y qué decir de sus gafas que le ayudaban a ver todo de color de rosa!, a su lado él estaba sentado como un niño con zapatos nuevos; la verdad, daban la pinta de turistas.
Las palmeras rebasaban a las casas de la plaza, las cariátides no mostraban cansancio por sostener la pesada taza de la fuente que sin parar les empapaba de agua, como tampoco cesaban de ir y venir las juguetonas palomas.
A la sombra de una sombrilla, tomando una cerveza bien fresquita veían pasar la vida aquel día de junio; el bullicio de las Ramblas fue un baño de color y de calor, repleto de personas de todo tipo, de las flores, de los pájaros hasta desembocar en la puerta de la Paz, presidida por la magnífica columna coronada por Colón. Enderezarón el paseo del mismo nombre, les sonreían las palmeras, la tarde prometía ser divertida. Subieron a su hotel para descansar un rato, bueno lo que dan ciertos ratos cuando todavía estaban deseosos de seguir conociéndose.
La cena a base de pescaito frito y vino frío les ayudó a reponer fuerzas; más tarde el paseo al borde del mar, les refrescó totalmente, al poco se retiraron a dormir, pues había que madrugar. La sola idea de no despertarse a la hora señalada, les impidió conciliar el sueño; cada vez que se iban de viaje, les sucedía lo mismo; seguían siendo como niños.
Madrugaron y desayunaron sin prisa, se dirigieron caminando al puerto y como tenían tiempo antes de zarpar su barco, él pudo tomar algún apunte. Subieron y desde lo más alto del buque divisaron una hermosa vista de la ciudad bajo la esplendida mañana.
Por fín cumplirían su acariado deseo de ir en barco hasta Roma.
GREGORIO GIGORRO La plaza Real de Barcelona Óleo sobre lienzo Firmado y fechado en 2.000 Medidas: 81 x 65 cm Aranjuez a 7 de enero de 2.013 |
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