Ella desde el balcón rodeada de los suyos, veía con ojos ávidos de niña la procesión; bajo sus pies, todo el recorrido estaba saturado por el intenso olor a incienso y romero, por la multitud multicolor agolpada desde primeras horas de la mañana, sin un lugar para un alfiler, aguardando la llegada del cortejo.
Los toldos colgados desde lo alto recorrían zigzagueando las tortuosas calles, de los que pendían farolones iluminados, grandes guirnaldas adornaban las fachadas que aparecían cubiertas de flores, banderas y tapices de distinta factura.
A lo lejos, los acordes de una banda de música, anunciaba la llegada, seguida de un tropel de caballos blancos y tordos montados por jinetes uniformados a la antigua usanza, seguidos de cruces repujadas en oro, de niños y niñas inmaculados, con sus trajes de comunión, de señoras de negro riguroso con finas mantillas y peinetas, de multitud de cofradías con sus distintos atuendos; por fin apareció la custodia de Arce, obra maestra de la orfebrería renacentista, colocada sobre una carroza, arrastrada con sigilo por cuatro sacerdotes sobre el pedregoso pavimento; amén de todas las autoridades civiles y eclesiásticas.
La estampida de los cohetes, fue respondida por los repiques de las campanas de toda la ciudad, las palomas en desbandada ponían la nota blanca sobre un cielo límpido y añil; la procesión iba tocando a su fin, bajo el arco de palacio bordeando los tapices de Bruselas que aligeraban el peso de los muros catedralicios.
Todo el boato de la iglesia católica, había salido a la calle para festejar el Corpus Christi.
Él observaba a la niña con sus ojos como platos, sin dejar de mirar a su mujer que chispeaba sentada disfrutando de aquella mañana soleada de junio a la sombra de un plátano junto a la imponente iglesia de San Idelfonso.
Lejos quedaba aquel día, también luminoso, cuando siendo niño, sus padres le llevaron a ver la misma celebración en Toledo; pero él ya no era el mismo; sus ojos se clavaron en los suyos aunque no se cruzaran sus miradas.
La niña seguía absorta gozando del derroche de color, de olor..., siguiendo las indicaciones de su madre.
¡Ojalá!, cuando el tiempo pase y sin duda pasará para ella, siga recordando aquel día lejano en que sus padres quisieron que conociera aquella fiesta religiosa; yo lo sigo haciendo con verdadero placer y lo más importante es que continuo emocionándome, sintiendo que mis ojos chispean ante lo que veo.
GREGORIO GIGORRO "Roma" Acrílico y tinta sobre cartón Firmado y fechado en 2014 Medidas: 23 x 37,5 cm En Aranjuez a 29 de junio de 2014 |