Tan ensimismada estaba en su lectura que no se dio cuenta del golpe sobre su cabeza inerte, pero la segunda vez ya se percató; era rotundo y seco.
Miró a través del cristal y vio que al otro lado nada le era familiar; no había rastro del espejo grande sobre el lavabo ni el mueble blanco de cuarterones sobre el cual, descansaba el jarrón de flores secas, tampoco la sonrisa eterna del fauno de arcilla y mucho menos, los trinos del risueño jilguero que madrugaba sin descanso, despertando a los habitantes de aquella casa.
Qué extraño, no me suena nada de nada, eso sí, oía conversaciones, trasiego de trastos, de personas que se movían, desembalaban objetos curiosos y distintos para ella; entonces cayó en la cuenta de que sin duda le habían trasladado a otro lugar. A pesar de eso, seguía con su lectura, como siempre; desde los últimos diez o más años, no acertaba a recordar con exactitud.
El tiempo transcurría plácidamente, llegó la tarde, los humanos se marcharon y después el silencio de la noche reinó por aquellos lares. De pronto le invadió un olor suave, delicado, seductor que penetraba hasta el más recóndito rincón; tan potente era que le entraron unas ganas irrefrenables de perder los papeles, de salirse de "cuadro", de éste no sería posible escaparse físicamente pero su alma sí lo lograría.
Enseguida vagó lentamente, husmeando todo hasta empaparse de la fiesta de fragancias que destilaban la multitud de flores y plantas esparcidas a lo largo de los paseos sinuosos bajo los cipreses, las madreselvas, los naranjos, pinos y palmeras.
Llegó a un claro del frondoso jardín, desde allí pudo vislumbrar luces lejanas reflejadas en un inmenso espejo negro, quieto y sin orillas: era el mar, podía sentirlo, pues su brisa llegaba hasta allí. Agotada por aquel garbeo, miró al cielo, ya empezaba a clarear, los cientos de pájaros que poblaban aquel paraíso, no tardarían en despertarse, así que regresó a su lugar de siempre, tumbada sobre la alfombra persa preñada de vivos colores, absorta en el mismo quehacer, vigilada de cerca por el toro de fieltro que tanto le gustaba, como si nada hubiese sucedido.
Una mirada incisiva al otro lado se clavó en el cuadro: "Parece un cuento", le comentó a su acompañante, esta asintió con una leve sonrisa.
GREGORIO GIGORRO "Pilar y los toros" Óleo sobre lienzo Firmado y fechado en 2002 Medidas: 100 x 81 cm En Aranjuez a 18 de junio de 2016 |