Mientras acariciaba la idea de haber nacido en Cádiz, ciudad abrazada por el mar, las manos giraban suavemente el volante por una carretera desierta, rodeada de una llanura rojiza, plagada de olivos polvorientos, entre viñas de uvas negras. Poco después abandonaba dicha ocurrencia y me acordé de una clienta, cuando la comenté acerca del lugar de mi nacimiento, me respondió: "Nada de eso, tú tendrías que haber nacido en Baden-Baden, ciudad famosa por sus balnearios, frecuentados por una selecta clientela, me sonaba a algo exótico y tenía gracia; mientras tanto el camino seguía desierto, ahora habitado por cientos de vacas, toros y caballos, ¡qué ni pintados!
Avanzamos y definitivamente, todo se volvió frondoso, montones de zarzamoras a punto de madurar, se agolpaban al borde de la carretera; mi hija y yo hacíamos "la recolección" de tan dulce fruto; Pilar, mi mujer se acordaba de su infancia en un pueblo de Ávila, donde sus árboles, estanques y huertos se mezclaban con los míos.
Lo más alto del paseo fue la llegada a la cima, a nuestros pies, se extendía la inmensa llanura, salpicada de encinas hasta donde las nubes del cielo encapotado permitían abarcar nuestros ojos; descendimos hasta el valle y avistamos un embalse grande que es el comienzo del parque natural de Cabañeros, ¡qué delicia!, ¡qué derroche de hermosura!, miles de árboles conviven la mar de bien con un montón de animales, hasta pudimos ver un ciervo. La tarde se fue oscureciendo y casi de repente delante de nosotros, apareció un carruaje tirado por dos caballos tordos, desplazándose suavemente sobre el asfalto al son de las campanillas que adornaban sus cabezas, arreados por un cochero paciente. Me acordé de mi abuelo, de sus mulas, de todos aquellos aperos de labranza que yo guardé con celo y que sin embargo, se perdieron tras el derrumbe de la casa, donde se cobijaban. Aquel recuerdo no se había perdido, sigue dentro de mi.
Y es que cada persona por la razón que sea, puede decidir nacer donde le dé la gana, pues "Uno no es de donde nace, sino de donde pace". Pero los recuerdos no se pueden cambiar, porque son los que son, quizá se conseguirá maquillarlos un poquito, nada más.
GREGORIO GIGORRO Abanico Tinta china y acrílico sobre madera Firmado y fechado en 2.011 Aranjuez, 21 de agosto de 2.012 |