domingo, 6 de abril de 2014

¡Cuánto ruido!


El vaso se rompió en mil pedazos de cristal, sobre el suelo cerámico de la cocina, mientras el café salía a borbotones echando humo de la cafetera; él bajaba las escaleras a toda mecha, sin apagar el despertador.

¡Zas!, de un portazo cerró la puerta y poco después sonoramente hizo lo mismo con la cancela; encendió el motor del coche, marcha atrás y de otro golpazo la puerta del garaje.

Corre que te corre bajó la cuesta, sonidos de claxon y ruido del autobús que ya estaba en marcha. La carretera era un inmenso y largo tapón y las sirenas de las ambulancias, los coches de policía y así hasta llegar al trabajo, sin duda se había producido un accidente. Y otra vez el ruido de los alumnos, el de la música, los balones rodando por el suelo...Y poco más tarde las pancartas de la manifestación, las consignas formaban un griterío que llenaba la avenida, el humo de las pelotas de goma lanzadas por los cuerpos coercitivos y él corriendo, sorteando de todo, las latas sobre la calzada, los cristales rotos, el olor a basura, y él pensando que no llego a buscar a mi hijo.

Sube, baja del autobús, cruza la calle a toda prisa, y pum, el timbre del colegio; él jadeando y chorreando de sudor esperaba la salida de su pequeño.

Por fin se para, bajo la acacia, el cielo azul se recortaba entre los tímidos brotes verdes del árbol, que no hacen ruido pero que darán sombra verde a los viandantes y cobijo a los pájaros, como tampoco lo hacía el perro moviendo su rabo y levantando las orejas al verlo.

¡Ruido, pero cuánto ruido y qué pocas nueces!

Papá, te estaba esperando, ¿Dónde te habías metido?, le dijo sonriendo.

GREGORIO GIGORRO
"Estamos preparados"
Acrílico sobre lienzo
Firmado y fechado en 1996
Medidas: 60 x 81 cm




En Aranjuez a 7 de abril de 2014

domingo, 16 de marzo de 2014

La casilla



Paseaban sin prisa cogidos de la mano bajo el sol, por una carretera zigzagueante que miraba hacía el oeste, el campo ya olía a primavera; llegaron después de un buen rato a la "casilla", lugar situado al borde de la carretera donde transcurrieron muchos veranos y domingos, donde la familia entera se reunía bajo la sombra de las moreras, él se acordaba de aquellos ratos inolvidables; del olor al guiso que hacía su abuela, cuando paseaba a los más pequeños en su carrito, los hijos de su tía, la mujer de su tío postizo que era caminero y por eso vivían en ese sitio, en medio del campo; cuando la carretera era una recta interminable hasta Toledo. Aquellos veranos llenos de grillos y de calor suavizados por los baños en el arroyo cercano, los paseos al vivero a tiro de piedra de allí, ahora desparecido bajo una enorme autopista y otro vivero de pacotilla había sido colocado en su lugar; el de su infancia tenía una entrada majestuosa bordeada de magnolios relucientes en primavera;  también se acordaba de las caminatas al caer la tarde, hasta la junta de los ríos, escoltados por una nube de mosquitos.

Ahora el lugar era un basurero, una completa ruina, habían arrancado las rejas, las puertas y quemado las paredes; ascendió al piso superior para ver la chimenea en la cual tantas veces se había calentado, donde su tía había colocado una carroza en miniatura de cristal que tanto le había fascinado, donde había un lilo,  un huerto por el que correteaba el agua que hacía crecer a las patatas, donde...

Toda esa infancia se  había convertido en escombros pero de la que reconocía de lejos algún retazo al que aferrarse para seguir caminando. Continuaron cruzando el puente sobre la carretera general que había partido en dos aquel silencio inmaculado bajo el cual a su paso salieron un grupo de palomas blancas, no todo era malo  pensaba con la mano agarrada a la de ella y siguieron la recta interminable hasta ganar la noble entrada de La Flamenca, coronada  por dos  esbeltos jarrones,  arropada por robustos  y altivos plátanos de sombra,, que  distinto aquel paseo  inpoluto cuando su tío le llevó  hasta lo alto, donde se encontraba el  palacio  ducal guarnecido de vegetación; el sol seguía en lo  alto y  el silencio era el dueño y señor de la  tarde, solo  interrumpido por algún coche  que  pasaba.

Regresaron lentamente como habían venido y  pensó: "Nunca regreses a donde un día fuiste feliz, pues ni  tú eres el mismo, como tampoco el lugar  testigo de lo ocurrido  y  que  ahora  trataba de rememorar en vano",


GREGORIO GIGORRO
"Al sol"
Tinta sobre papel
Firmado y fechado en 2014
Medidas: 14,5 x 14 cm



En Aranjuez a 16 de marzo de 2014

martes, 11 de marzo de 2014

El azar


Nuestro príncipe se encontraba ensimismado frente a la ventana desde la que se veía la pared abrazada por  la hiedra, por donde revoloteaban jugueteando con las hojas un tropel de mariposas. Viendo el cielo azul cobalto, recordaba lo mucho que había rogado a sus padres para que le dejaran bajar a este planeta desde la lejana estrella que habitaban.

Por azar había caído sobre sus manos un libro dedicado a la decoración  de una pequeña iglesia donde  se representaba el cielo plagado de ángelas y ángeles alrededor de un señor que llevaba una especie de sombrero redondo y amarillento, hacia el que se dirigían todas las miradas absortas de un grupo numeroso y variopinto de personas.

Recibió tal arrebato al descubrir aquellas imágenes, que resolvió ir allá donde se encontrara esa obra pintada al parecer  por un terrícola, hacía más de doscientos años; después de muchas conversaciones con sus padres los cuales desaconsejaron el viaje, tanto se empeñó,  que ellos cedieron ante el  joven entusiasmo de  su hijo.

Y llegó a la tierra  y tomó la apariencia de un estudiante de arte, venido de un país que carecía de dicha tradición. El choque de nuestro príncipe fue brutal tras descubrir el ruido de las personas que se trasladaban en máquinas inmundas  y malolientes, desplazándose de un  lado a otro deprisa  y a gritos, de como vivían apilados unos  encima de  otros, consumiendo mucho tiempo en comer, comprando cosas y más cosas que luego tiraban una vez usadas;  y sobre todo, le sorprendían sus  caras tristes, histéricas, alegres, pensativas...
Aquellos frescos pensaba merecían  la pena, pero lo demás dejaba mucho que desear, mientras que  los gatos sentados le escrutaban, él les devolvía su  fosforescente mirada diciéndose que eso también merecía la pena, al igual que el canto de las aves que los  humanos se empeñaban  en guardar entre rejas  impidiendo su natural vuelo. Él, venido de un mundo en el  cual predominaba el silencio  y el bienestar, donde se había anulado  todo sentimiento de culpa, también de amor y desamor, en el que el tiempo no lo medían los relojes, esos trastos que tampoco acertaba a saber su verdadera utilidad, para él los días y las noches lo regían los astros, no los inventos humanos que según su opinión conspiraban contra la vida, no ayudaban a vivir plenamente sino a ser  esclavos de si mismos .

Pero al final de todo lo que constataba a su alrededor siempre volvía aquel espacio magnífico  y sobrecogedor, donde reinaba la paz y la  armonía en medio de aquella ciudad bulliciosa, solo  y solamente disfrutaba de la  calma del lugar, lo cual le colmaba con creces todo el  resto.


GREGORIO GIGORRO
GREGORIO GIGORRO
"Boceto para la gracia"
Acrílico y tinta sobre cartón
Firmado y fechado en 2014
Medidas: 60 x 40 cm



En Aranjuez a 11 de marzo de 2014





domingo, 16 de febrero de 2014

Pequeñas perlas


La verdad es que cuando abres los ojos y admiras la aurora de rutilantes destellos junto a los briosos caballos de Faetón, recorriendo el firmamento, te sientes privilegiado por lo que ves, lo mismo que al oír el llanto de tu hijo pidiendo comida, o cuando juguetea con sus manos dándose cuenta de su existencia, mientras ella se sorprende del sabor de una fresa al probarla por primera vez o del olor del romero o de los colores de las margaritas.
Cuando aspiras el aire después de llover  y todo se muestra reluciente a tu alrededor y cerca de ti ves a unos niños con trajes de baño multicolores que se zambullen en el agua, dando sus primeros pasos para nadar.
Cuando tus ojos se reflejan en los suyos, limpios como un lago de transparente calma, o escuchas el maullido del gatito buscando a la madre.
Cuando corres chorreando de sudor  y los trinos de los pájaros van formando una especie de bóveda verde llena de sonidos envolventes.
Mientras sentado bajo la nave de la basílica escuchas el órgano cogiendo su mano y la música sin pretenderlo te da alas, verdaderas alas que te sobrecogen  y emocionan, lo mismo que esos truenos que desgarran el cielo antes de descargar la tormenta, para después hacer aguas, aguas torrenciales que colmaran los paseos, llenaran los campos de charcos, desbordarán ríos...
Cuando llega la noche te desnudas de todos tus disfraces, la abrazas sin condiciones, porque sí, y el viento afuera como un monstruo deforme, ulula sin descanso, el chapoteo de la lluvia golpea los cristales de la buhardilla y tú te encuentras calentito bajo el manto de la noche.
A decir verdad, todo esto y muchas otras pequeñas perlas engarzadas unas con otras forman una cadena desde el amanecer hasta la noche que por breves momentos te hacen olvidar el resto que a ciencia cierta es mentira, la gran mentira de un mundo que no sabe adonde va, como un gigantesco buque sin timón, a la deriva.


GREGORIO GIGORRO
GREGORIO GIGORRO
"Pepi and the sailboat"
Acrílico sobre cartón
Firmado y fechado en 2013
Medidas: 60 x 40 cm



En Aranjuez a 15 de febrero de 2014

jueves, 6 de febrero de 2014

¿Porqué no?


¿Porqué se dice de algunas personas que tienen lágrimas de cocodrilo? 
Ó, ¿porqué los periquitos o los loros hablan y los otros pájaros no?
¿Porqué las hormigas se afanan en guardar comida en el verano?
¿Porqué los elefantes no llevan reloj o las ranas zapatos de tacón?
O se dice de los perros que son los animales más fieles,
¿porqué en el antiguo Egipto se consideraba a los gatos animales divinos?
Ó, ¿porqué se dice el que  no llora no mama?;
no llores, no estés triste, es un lujo que no te puedes permitir, sobre todo porque cuando ríes, te conviertes en una cascada por la que sale a raudales tu alegría, mientras tus ojos chispean como lejanos luceros.
Probablemente los gatos estén más atentos a otros mundos además del nuestro  y que sin duda existen sin percatarnos de ello. Tal vez nos protejan de peligros acechantes, quizá por todo lo anterior en el país del Nilo, se les tomara en la más alta consideración.
Los perros son fieles a su amo sin duda, porqué si éste les encierra todo el día por tener que trabajar fuera de casa, cuando regresa, el  animal se vuelve loco prodigándose en caricias y es que no le queda otra salida al pobrecillo.
Los elefantes ya tienen bastante con repartir  trompazos a todas las pequeñas bestias que intentan encaramarse hasta su lomo, que por otra parte deben de perderse en esa inmensa altura, además se mueven pacientemente sin importarles el tiempo que invierten, ¡Ah y  las ranas no llevan zapatos de tacón porque no se han planteado bailar flamenco y por eso brincan de un lado a otro de cualquier charca tan ricamente!
Las hormigas guardan la comida durante el estío porque cuando llega el invierno, no quieren estar hechas un asco como les sucede a las cigarras.
Yo no he visto llorar a ningún cocodrilo, claro que sólo les conozco, cuando alguna vez he ido al zoo, les miré a los ojos y desde luego estaban muy aburridos, pues el lugar destinado para ellos es tan exiguo como el de los leones, jirafas y  otras tantas especies animales, así que no me extraña que lloren de rabia más que nada.
También se llama guarros a ese tipo de  personas que suelen hacer cosas sucias a otros seres humanos  y como al cerdo le gusta la basura, pues por eso se les asocia a este animal del que por cierto se aprovecha todo y del que me gustan hasta sus andares de lerdo. Después de todo, no hay mejor abono para las plantas que el estiércol y cuanto más se les eche más lustrosas crecen, aunque las rosas no dejan de serlo, aún teniendo espinas.


GREGORIO GIGORRO
GREGORIO GIGORRO
"Pepi and the fish"
Acrilic on board
Signed and dated in 2013
Dimensions: 40 x 60cm


Aranjuez  a 6 de febrero de 2014


jueves, 30 de enero de 2014

La princesita


Ella, como el resto de los niños, esperaba su turno en la  sala de espera y como los demás, se hallaba acompañada de sus padres, de ojos cansados y resignados a esperar la esperanza de los labios del facultativo de turno.
Los niños de ojos tristes y pelo ralo aunque en algunos casos, con ausencia total de cabello, se entretenían mientras tanto mirando al  televisor y en otros, jugando con los juguetes desperdigados por el suelo.
En medio de todo ello, Azucena, correteaba  por allí, riéndose sin parar de hablar atropelladamente, cuando lo hacia se ponía a hojear los cuentos que había traído, que siempre trataban sobre historias de princesas, porque ella, era una muy particular y según decía, vivía en un palacio encantado, muy, muy bonito.
De  pronto uno de los padres que la observaba sin perder ripio, le dijo: "Así que eres una princesa", -Si, le respondió-, con su boquita de  fresa, sus chispeantes ojillos azules, rodeados de una melena llena de bucles; -¿Y cómo es tu palacio?- -Pues es muy grande, lleno de habitaciones y escaleras, muchas escaleras- ¿Y dónde está?, le dijo,  y ella contestó: "Pues donde yo quiero, donde yo estoy".
Así pues sigue así  princesita, le respondió.
El padre siguió esperando su  turno, después de que la enfermera llamara a Azucena García , su madre la cogió de la mano y las dos se marcharon lanzándole una tierna sonrisa como despedida.



GREGORIO GIGORRO
GREGORIO GIGORRO
"La muñeca y el caballo"
Acrílico sobre cartón
Firmado y fechado en 2013
Medidas: 35 x 50 cm



En Aranjuez a 30 de enero de 2014

domingo, 26 de enero de 2014

La Trouvaille


Aquella tarde de agosto hacía un calor sofocante que anunciaba una tormenta de verano. Habían ido a aquel pueblo de la Mancha, cercano a su casa, para celebrar el cumpleaños de él y aunque la familia se encontraba "amputada" de un miembro, ellos no se paraban en mientes pues le sobraban motivos para festejar la vida.
Después de la comida, decidieron dar una vuelta por el lugar, donde a esas horas de la siesta, no había  un alma por las calles, ¡ni  los gatos les habían ido a recibir!; a ellos les daba igual.
Pero mire usted por donde que paseando por una calle jalonada de blancas y sobrias casas frente a una iglesia, se encontraron con un hombre de tez morena; intercambiaron unas miradas-¿Les gusta el pueblo?- a lo que él respondió- Me gustan los despojos de éste- El señor de la tez morena les dijo-¿Quieren ver cosas bonitas?-, se miraron y respondieron que sí, encantados.
Él sacó del bolsillo un manojo de llaves y abrió la puerta de la casa de enfrente, tras cruzar el umbral, el interior estaba atiborrado de antigüedades; no sabían adonde dirigir sus ávidas miradas. ¡Tanta hermosura había en tan poco sitio!; y no satisfecho con lo que les mostraba les llevó hasta otra casa cercana, allí los trastos aumentaron en variedad y cantidad, pero de todo ello, clavaron sus ojos en un niño desnudo bendiciendo desde lo alto de su pedestal; era la viva imagen de lo frágil, de lo puro y de lo virginal. Se interesaron pero se callaron.
Y paso el verano, el otoño y un día lluvioso de enero volvieron a dar una vuelta después de comer, a esas horas decentes cuando el resto está a buen recaudo en sus casas. Andando por una calle flanqueada de casas nobles y sobrias se encontraba Él parado, parecía estar esperándoles, se saludaron y se encaminaron a la segunda casa; jamás habían olvidado aquella escultura en madera de aquel niño; inconscientemente les hacía recordar a su retoño. Cayeron irremediablemente en la tentación y se fueron con el niño debajo del brazo; y es que siempre te arrepientes de lo que no has comprado, era su obsesión poseer la belleza o en su defecto disfrutarla al menos.
¿Quién les iba a decir lo que se guardaba detrás de aquellas modestas paredes?; aunque bien mirado una villa como la de Ocaña, donde se concertó el matrimonio de Isabel la Católica con Fernando de Aragón, donde vivió Juana de Castilla o estudió Lope de Vega, por citar algunos ejemplos señeros; poseedora de una plaza mayor excepcional, una fuente grande cuya construcción se adjudica a Juan de Herrera, además de conservarse palacios como el de Cárdenas, casas nobles y conventos y a pesar de haber desaparecido gracias a la piqueta, un nada desdeñable patrimonio arquitectónico; no es de extrañar con todo que los despojos que han quedado sigan siendo reseñables.
Y es que, quien tuvo, retuvo.

GREGORIO GIGORRO
"Pepi"
Acrílico sobre papel
Firmado y fechado en 2013
Medidas: 60 x 40 cm


En Aranjuez a 26 de enero de 2014