Le sirvió en un periquete el café con picatostes, ella se lo llevó a una mesita situada frente al ventanal, se sentó a degustarlo con parsimonia, veía el ajetreo de la pequeña ciudad: las personas que entraban y salían del mercado, el vendedor de lotería, algunos chicos que debían de haber hecho pellas, un grupo de señores mayores esperando el autobús...
Mientras la nata se mezclaba en su boca con el azúcar y la canela de los picatostes, fundiéndose en el amargo café; se relamía de gusto, sus ojos chispeaban, mirando de reojo al patrón que atendía a sus parroquianos con familiaridad, se notaba que eran asiduos del establecimiento. Entretanto ella le miraba con discreción, parecía buena persona, campechana y a la vez educada, de cabeza noble, espalda ligeramente encorvada, más bien alto de apariencia enjuta, con una incipiente curva de la llamada infelicidad. Margarita era una observadora nata, quizás por tener que desmenuzar los cestos que se traía entre manos en su trabajo.
Aunque no era la única persona que escrutaba allí, Narciso también con cuidado hacía lo propio, esa chica no es de aquí, nunca la he visto; es muy joven para mi, qué digo, podría ser mi hija, qué bobadas pienso, el caso es que se siente bien, no hay más que verla, lo mira todo con curiosidad, se le nota en los ojos.
Ella veía que no paraba de trabajar, hablando con los clientes, atendiendo al teléfono, colocando botellas, esta claro que está solo, sus ojos parecen cansados, ligeramente enrojecidos; él empezaba a hacer cábalas sobre que hacía allí una mujer con ese encanto, con ese desenfado, alrededor de ella, parecía que flotasen mariposas. Qué corto soy, no se me ocurre nada que decirle.
-Se ve que le gusta señorita. En ese momento estaba absorta viendo una bandada de cigüeñas sobre el cielo encapotado.
-¿Qué, cómo dice?
- Pues que le ha gustado mi sugerencia.
- Ah, si muy rica, me tomaría otro. Miró el reloj dando un respingo.
-Ay, va, qué tarde se me ha hecho, me voy. Pago corriendo y se marchó muy aprisa.
Narciso se quedó cortado, reaccionó con una voz que le pedía una café y una copa de coñac; distraídamente sirvió la consumición.
Al mirar donde había estado Margarita, como deseando que permaneciera en el mismo lugar se dio cuenta que había olvidado un paraguas sobre la silla.
- Ah, menos mal, regresará a por él cuando vuelva a llover.
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GREGORIO GIGORRO
"Paseo en Vespa"
Acrílico y tinta sobre cartón
Firmado y fechado en 2017
Medidas: 46 x 51 cm
En Aranjuez a 12 de febrero de 2017
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