domingo, 3 de septiembre de 2017

Perder


La inocencia, la frescura, la curiosidad...

También se puede perder la cartera, la maleta que llevas, el tren que esperabas o el reloj que te regalaron.

No es lo mismo perder la vista que perderte de vista;

Perder tiempo que perder el tiempo,

o perder un plato pongo por caso o perder la vajilla de tu abuela.

Se puede perder de todo lo imaginable,

pero bajo ningún concepto se debe perder la dignidad, el amor propio, el respeto a sí mismo,

y desde luego tampoco la esperanza, sin ésta las ganas de vivir desaparecen y entonces se pierde la vida.

Puedes despojar de todo al otro, excepto de la esperanza, quizá sea lo único que le quede como decía Santa Teresa de Calcuta.

  
Ganar

Espontaneidad, firmeza, fortaleza, calma.

Los años te dan otra perspectiva de la existencia,

aprendes a saber esperar, 

adquieres destreza en mentirte, muy distinto a engañarte.

La verdad no tiene remedio, lo que es, es de verdad,

los humanos nos movemos en una ambivalencia continua, entre dos polos antagónicos,

por ello hay que conseguir el equilibrio aunque no sea fácil.

Se ganan algunas batallas, sin embargo la guerra, no es cuestión baladí,

aunque lo que anheles sea conseguir la paz,

de cualquier modo, "Más se perdió en Cuba y vinieron cantando".

Gregorio Gigorro
En Arroyo de la Luz (Cáceres)
De camino al Teatro Romano de Mérida
26 de agosto de 2017

lunes, 7 de agosto de 2017

Un insigne pintor


El verde reverbera bajo el sol de agosto, el seis de ese mismo mes pero de 1660 murió  Diego de Velázquez y nos seguimos algunos acordándonos de él. El artista que gracias al patrocinio de la familia real, más concretamente de Felipe IV pudo desarrollar con creces su pasión creadora.

Su obra sigue despertando el interés de verla porque existe, porque perdura aún.

¿Qué vamos a dejar?, cuando todo se cae a cachos, pasado un corto plazo de tiempo, poco importa de que parcela tratemos. No creo por ejemplo que vayan a permanecer esos polígonos industriales que cercan nuestras ciudades, tan surrealistas que nadie ha pensado en el sol y claro no han reparado en sembrar ni un solo árbol para dar sombra.

Sin embargo, Felipe IV mandó pujar a don Luis de Haro en Londres durante la subasta celebrada para la venta de los bienes del desaparecido Carlos I de Inglaterra; sin duda para acrecentar su patrimonio, todo eso queda y actualmente es parte del nuestro.

Igualito que ahora en que un pintor o cualquier otro artista cuando se pone a desarrollar su vocación ya está cansado porque acaba de trabajar en lo necesario para poder subsistir, ésto abunda en demasía.

Es fundamental tomar nota, España es grande, un grandísimo país gracias a sus creadores, investigadores y emprendedores, no por otros que dicen ser necesarios.


El primer sábado del mes de agosto visitando la catedral de Cuenca

Aranjuez a siete  de agosto de 2017



sábado, 5 de agosto de 2017

Reflexión


"No hay viento favorable, para quien no sabe adonde va" (Séneca).


"Lo que nos pasa, es que no sabemos lo que nos pasa,
por eso nos pasa lo que nos pasa" (Ortega y Gasset).

"No hay nada nuevo bajo el sol" (Plinio el Viejo).


A lo largo de la historia hay  un montón de pensamientos cargados de sentimientos, rotundos y sólidos que deberían hacernos reflexionar sobre lo mucho que nos han dejado nuestros antepasados; siendo dificilísimo de elegir uno entre tantos, no obstante para mi el más cautivador es el lema que se acuñó en la Francia del 68 del pasado siglo.

"Bajo los adoquines, la playa".

Seguro que tú tienes alguno en mente, ¿A qué sí?


GREGORIO GIGORRO
GREGORIO GIGORRO
"Ensimismada"
Acrílico sobre cartón
Firmado y fechado en 2017
Medidas; 30, 5 x 40 cm


En Aranjuez a 5 de agosto de 2017

martes, 1 de agosto de 2017

La madre muerta


No derramó ni una lágrima al ser introducido el féretro en el nicho,
que a duras penas había conseguido para el eterno descanso de su madre,
dieciséis días con sus noches tuvo que esperar para llevar a cabo tan ardua tarea.
gracias a un buen amigo pudo conservar el cuerpo,
como si de un pescado se tratara, hasta reunir la plata que necesitaba,
pero su entereza estaba a prueba de bombas, de esas que estallaban en su país,
del que salió por pies, con lo puesto y  poco más.
La situación allí era y es insostenible. 
Noche tras noche rememoraba recuerdos y vivencias junto a la difunta,
a la que había estado muy unida; era la hija de los cinco hermanos varones.
Acabado el pequeño responso el sepulturero llevó a cabo su trabajo.

- Mamá, ¿cuándo volveremos a nuestra casa?, éste no es nuestro país,
María Elena se encogió de hombros - Ahora ésta es tu casa, tu tierra -
Le respondió con firmeza a la vez que esbozaba una forzada sonrisa.


Una fuente de Huesca

En Aranjuez a 1 de agosto de 2017








domingo, 30 de julio de 2017

LA CENA (Segunda parte)


De golpe, se le aparecieron aquellos hombres tristes portando el cuerpo sin vida de su Abelardo; como todos los días habían comido los cuatro juntos, después se habían echado una siesta, aprovechando que las pequeñas también dormían; a esas horas no había un alma por las calles teñidas de un polvo molesto, venido del altiplano.
A media tarde se marchó, porque tenía que ver a un fulanito para hablar de no sé qué trato, despidiéndose como lo que eran, dos recién casados.
El caso es que cuando el sol dejaba paso a las estrellas ya había muerto o mejor dicho, había sido asesinado;  veinticinco años segados de un tajo, de un golpe de gatillo derecho al corazón. Le tendieron en la mesa de la cocina, larga como era, para acoger la corpulencia de un hombre sano y robusto, su viuda de ojos verdes como la selva se quedó boquiabierta para dar paso al lamento, a las lágrimas desesperadas, mientras limpiaba con primor la sangre de su amor, había sido su novio desde la escuela, tenía trece años, él tres más. Sintió un brazo fuerte rodeándola, era su cuñado de similar apariencia física, tanto que a veces le confundían, intentó tranquilizarla con ternura, poco a poco los lloros dejaron paso a los gemidos, más tarde a los suspiros y por último al silencio más absoluto, con la mirada en otro mundo. Recordaba aquella ocasión cuando le agarró de la mano diciendo: -Te invito a la puesta de sol en la laguna-.
Ella se perdió en el azul acuoso de su mirada, sonrió sin rechistar, apretándose las manos, al volver cayó una tormenta pero nada les afectaba, no pararon de reírse hasta que escampó.
“Nunca volverá a abrirlos, a llamar con su voz grave, a acariciarme con sus dedos delicados, no verá crecer a Isabel y a Aurora, no podremos…”
Rompió en lágrimas, lagrimones a raudales sin freno mezclados con gritos, pero para una mujer de veintidós años sin marido y con dos hijas pequeñas, la depresión era un lujo que no podía permitirse, de modo que siguió sacando provecho a la granja que les daba de comer aunque las ganancias no fuesen para tirar cohetes.
Se enteró con desconsuelo de las circunstancias del hecho fatal, al parecer mientras jugaban a las cartas, irrumpió un señor desconocido para todos, preguntando por Ambrosio, su cuñado. Abelardo le respondió que era su hermano, sin mediar palabra le disparó, desplomándose sobre la mesa de juego; sus compañeros se quedaron atónitos, paralizados, sin reacción alguna, fueron segundos densos; el desconocido huyó al galope en un caballo tordo. Antonia lejos de alimentar el rencor y la venganza se hundió en el trabajo para criar a sus niñas, sin darse descanso ni tregua.
El tiempo transcurría sin logran espantar a sus fantasmas que pesaban mucho más que trabajar de sol a sol todos los días.
Así decidió cruzar el charco para empezar de nuevo, animada por las buenas expectativas, según le habían contado personas que vivían en la antigua metrópoli. Antes de eso vendió mal y pronto sus pertenencias, no le importaba perder de vista su pasado si esperaba ganar más tranquilidad.
Una vez que se deshizo de todo, junto a sus hijas se vino a España, el amor de su vida estaba enterrado, decidió también enterrar para siempre la llegada de otro hombre, nunca más; solo se ama verdaderamente una vez.
Seguía vigilando con mimo la cena que estaba cocinando a fuego lento, como todo lo que tiene sustancia; repleta de los olores, del sabor de su tierra para ofrecérsela a sus familiares y amigos.
Los invitados ya empezaban a llegar, la puerta se abría para dar paso a los saludos, a las risas, la casa iba llenándose del griterío de los niños, del rechinar de las copas, de las bromas jocosas.
Isabel, su hija mayor entraba y salía de la cocina ayudando a su madre para que todo estuviera listo en tan señalada ocasión.
Al entrar de nuevo, junto con su prima le preguntó: -¿Mamita ponemos la vajilla de la abuela?-
Ella saliendo de su ensimismamiento la miró a los ojos y con firmeza le respondió: -Coloca la que compramos hace una semana, es nueva y mucho más alegre, hija-.

GREGORIO GIGORRO
GREGORIO GIGORRO
"Una mujer en la azotea"
Acrílico y tinta sobre tablilla entelada
Firmada y fechada en 2017
Medidas 24 x 19 cm

En Aranjuez a 30 de julio de 2017



sábado, 29 de julio de 2017

LA CENA


“Por mucho que llores, siempre será más grande el mar”.

Antonia  no paraba de mover la sopa humeante sin perder de vista las otras cazuelas que copaban todos los fuegos controlando el buen camino de sus guisos, la cocina en sí era una olla exprés, el vapor invadía todos los rincones, solo la ventana entreabierta dejaba entrar un poco de aire fresco; se diría que se encontraba en el trópico, donde el calor sofocante inunda todo, empapándolo de una humedad pegajosa.
De allí vino ella, hace ya treinta años largos hasta un lugar remoto, separado por un océano, con sus dos hijas para comenzar una nueva vida; con la ayuda de otros compatriotas que vivían aquí, pronto consiguió trabajo, instalándose en un pueblo agradable y tranquilo donde las niñas crecieron y crecieron, más tarde se casaron, después la hicieron abuela, pero nunca quiso regresar a ese mundo, donde las orquídeas rodean las carreteras, los mangos se caen de los árboles y siempre es primavera.
Al remover el caldo del perolo más grande, lo probó, de la cuchara de madera subió hasta su nariz un intenso sabor a cilantro mezclado con limón, cubriendo todo su ser de sombras, de recuerdos siniestros.

Ella, que se había jurado no dejar un solo resquicio a la nostalgia, se hundió como los garbanzos de un cocido, ni más, ni menos.
SEGUIRA...

GREGORIO GIGORRO
En el Museo del Prado

Aranjuez a 29 de julio de 2017




domingo, 23 de julio de 2017

Una pareja muy particular (Tercera parte)


Le gustó recibir la invitación de boda de su amiga Helena, que tuvo lugar en un pueblecito de Palencia quince días después, no podía faltar, era como una hermana, llegó muy temprano  pues había pasado la noche en la capital, madrugó mucho y muy de mañana llegó a las Clarisas de Astudillo, incluso pudo antes visitar el museo aledaño, cuidado por las monjas. Marta observaba a su guía, sentía la voz pausada, el silencio, la paz que emanaba de aquella mujer, hablaron largo y tendido, pues era la única visitante a esas horas, tanto que si no hubiera sido  por el ruido de coches y de los invitados se hubiera perdido la celebración.

Al  terminar la ceremonia se despidió  de la  religiosa, prometiendo volver a visitar el convento.

A la primera sucedieron muchas visitas, llegando en algunas ocasiones a quedarse a dormir en la pequeña hospedería, pero siempre al  regresar a su vida habitual se sentía más relajada, mucho más despreocupada de sus obligaciones.

Un día respondió a la llamada de Gonzalo, cenaron juntos, hicieron el amor, durmieron en la misma cama;  al despertarse, se preguntó ante el espejo: -¿Qué hago yo aquí?,  él seguía dormido, de puntillas salió de la habitación, se sentó en el coche y antes de marcharse, echó en falta un pañuelo de cuello, regalo de él, pero no volvió, se fue sin más.

Le  resonaba en su cabeza: “Solo hay ruido por doquier, si Dios te habla, no le puedes oír debido al alboroto reinante”, justamente era lo que le había dicho la hermana  cuando se conocieron, lo tenía grabado, fuera donde fuera, hiciera lo que hiciera, se repetía el mismo son,  una y otra vez.
Ella, siendo el ojito derecho de su padre, siempre se había esforzado por no defraudarle;  ahora empezaba a sentir una transformación, pues toda esa exigencia le pesaba, estaba cansada de parecer y ser menos, de darse cuenta que vivía un tiempo sin sustancia, sin valores, hueco.

“Hay que ayudar a los necesitados, rezar por los poderosos para que cambien”, ese era otro mensaje de los muchos  transmitidos  por  aquella persona que conoció en el convento.
Sonó el teléfono: -Dígame-
-Marta, te he despertado- No, qué va-
-Soy  Gonzalo, ven pronto, papá está muy enfermo, date prisa por favor, recalcó su hermano.

Su padre había sufrido un ictus que unido a su pobre corazón, hizo el resto. Después de la consternación por su repentina muerte,  los acontecimientos se precipitaron como la cascada de un torrente desbordante; pronto comenzaron las reestructuraciones de la empresa y las disputas entre ellos, hostigadas en buena parte por sus cuñadas.

Le resbalaba absolutamente todo, ya no tenía que contentar a nadie, de repente dejó de trabajar, un buen día llegó hasta el  convento, se presentó ante la madre superiora sin previo aviso y se quedó para siempre a vivir religiosamente.

La familia se sorprendió y se alegró a la vez, les dejaba el camino libre para sus tejemanejes, Gonzalo dejó de llamar, pero supo que sus andanzas habían mermado mucho,  hasta quedarse con una chica de moral muy distraída que había conocido en cierto momento embarazoso para él.

Llamaron a la puerta de la celda, -¿Quién es?-
-Tiene visita, hermana, era  Helena con su marido y su hijito.
-¡Qué bien te encuentro!, exclamó  después de abrazarla efusivamente.
-Quien a Dios tiene nada le falta,  por cierto, dijo sonriendo -¿Cómo se llama este niño tan guapo?, su nombre es Gonzalo, le respondió su amiga.

En Madrid a 23 de julio de 2017