Azucena otea a su alrededor encaramada sobre el islote entre los lirios que anuncian a la primavera y los carrizos que recuerdan a las orillas de un río, tiene un caparazón rotundo y voluminoso de un verde que tira a botella confundiéndose con el agua donde habita; cuando la trajeron de lejanas y calurosas tierras siendo jovencita no era lo gorda que es, no se sabe si primero fue la tortuga o la charca ni creyó posiblemente llegar a sentirse tan a gusto junto a otras dos tortugas mas pequeñas y al parecer muy íntimas según cuenta la cuidadora del lugar.
Al principio se disputaban las carnes naranjas de los pececillos de colores pero pronto cada animal ocupó su lugar sobre todo porque ellos viendo el peligro se despabilaron y ellas se las ingeniaron para no morir en el intento, a fin de cuentas había alimento para las tortugas, los peces y los pájaros que ocasionalmente siguen viniendo a beber agua aunque hay que decirlo todo, deben de tener mucha sed y más valor para ingerir dicho elemento, lo que parece claro es que Azucena crecía y sigue creciendo de igual manera que el cariño con el que todas las personas grandes y pequeños la tratan pues para todos ellos Azucena "la tortuga" es el mayor atractivo para un sitio tan tranquilo y sin sobresaltos, cuando llega el buen tiempo le gusta salir del silencio del fondo y sentir el sol amable a la vez que estirando el cuello parece entender los piropos que le dedican todo el que la ve.
GREGORIO GIGORRO "La niña de amarillo" Tinta y acrílico sobre cartón 22 X 33,5 cm Firmado y fechado en 2016 En Aranjuez a 15 de marzo de 2020 |