Paseando me detengo delante del palacio que perteneció al celebre cantante italiano, afincado en España, observo su lamentable estado, primero fue un incendio, después el posterior abandono. En una ocasión tuvimos la oportunidad de conocer su interior, al poco tiempo se puso a la venta, a fecha de hoy a dicho inmueble se le otorgó la categoría de bien de interés cultural y en la actualidad el edificio situado a tiro de piedra del palacio real de Aranjuez continua en una situación que no es de recibo.
Todo esto me evoca una época dorada para el arte y la cultura en España más que reseñable.
Carlos Broschi, asi se llamaba, nació en 1705 en Andria (Apulia), perteneciente a la pequeña nobleza, poseedor de unas dotes para el canto extraordinarias; al parecer como consecuencia de una caida siendo pequeño hubo que practicarle la castración que por otra parte se hacía para obtener voces de soprano o contraalto encaminadas a las capillas de música y ópera.
Realizó los estudios de canto en Napolés, pronto descolló en esta disciplina, con 17 años compitió en un duelo musical con un famoso trompetista quedando éste exhausto. Enseguida se convirtió en primera figura, siendo un ídolo público en los escenarios que pisara, ya se tratara de Roma, Viena, París o Londrés; a los 32 años era ya un personaje de leyenda.
En 1737 el embajador español en Londres por orden de la reina Isabel de Farnesio le pidió que actuara para el rey, su marido, porque estaba aquejado de una profunda melancolía, su abandono personal era más que preocupante por no hablar de la dejación de funciones en cuanto al gobierno se refiere. En el palacio real de la Granja el cantante se situó en la habitación al lado de la que ocupaba el rey, éste al escuchar su voz recuperó la salud, las ganas de vivir, tal impresión produjo el resultado en la pareja real que Farinelli tuvo que romper todos los compromisos contraidos para dedicarse en exclusiva a la corte española donde permanecería veinte fructiferos años,
Al morir Felipe V accedió al trono Fernando VI y Bárbara de Braganza, monarcas cultos, amén de grandes melómanos, incluso el rey llegó a escribir algunas composiciones musicales; su situación cambió sensiblemente pues aparte de cantar se encargó de la organización del coliseo del palacio del Buen Retiro donde se celebraban óperas y serenatas, ocupándose de todo lo referente a las obras que se representaban, en otro orden de cosas le fue concedida la distinción de caballero de la Orden de Calatrava.
En 1751 en dicho teatro se estrenó Armida Placata con todo lujo de detalles, con una escenografía espectacular, un libreto dramático y culto a la vez, la primera se debe a Giacomo Amigoni al que conoció en Londres, eran amigos como también lo era Metastasio el libretista, amigo de sus amigos también ayudó a Scarlatti, a Bonavia, fue escrupuloso en la gestión del Buen Retiro, anotaba todo cuanto allí sucedía, vestuario, transportes, sueldos, todo era supervisado por él, al igual que lo concerniente a las fiestas reales acaecidas en Aranjuez para las que creó la escuadra del Tajo, amenizada con música, como no podía ser de otra manera, se trataba de paseos a lo largo de río cuando caía la tarde.
Ahorrador y generoso, siempre se ocupó de la manutención de su madre para que esta tuviera una vida holgada, persona de éxito relevante recibió cuantiosos emolumentos además de joyas, y obras de arte de sus admiradores, sin ir más lejos la reina Isabel llegó a regalarle un Velázquez; él mismo buen conocedor del arte atesoró obras de Rivera, Murillo, Rafael entre otros, además de enviar las sumas necesarias para hacerse construir un palacete en Bolonia (Italia) o sea también fue una persona previsora.
Con la muerte de Bárbara de Braganza el 27 de agosto de 1758 en Aranjuez, seguida de la del rey el 10 de abril de 1759 se apagó su estrella; pues la subida al trono de Carlos III más proclive a la caza que a la música, de él se decía que los capones son buenos para la mesa, precipitó su partida de nuestro país y regresó al suyo a descansar y lo hizo andando el tiempo en 1782 en Bolonia.
Fue un artista hermoso, culto, cosmopolita, un maestro extraordinario del bel canto que nunca quiso inmiscuirse en asuntos políticos aunque le intentaron sobornar sin conseguirlo, que vivió de su arte muy bien, además de ser conocido y reconocido en su época, un ejemplo destacable aunque no el único afortunadamente.
GREGORIO GIGORRO Boceto a bolígrafo 2022 |
En Aranjuez a 29 de enero de 2023