miércoles, 26 de septiembre de 2012

Septiembre



Sobre los cipreses jóvenes y los pinos centenarios, como sombrillas gigantes, se extendía la llanura de tonos rosáceos, entre los azules suaves, formando surcos interminables, parecía una inmensa tierra de cereales en el firmamento. Se va acercando la mañana, el sol se va demorando para lucir en lo alto, los días se van acortando; las gentes, pasado el tedio del largo verano, parecen cansadas. Las calles se llenan de niños gritones y alegres que vuelven al colegio; en el campo comienza la vendimia. ¡Qué delicia, ver los racimos de uvas blancas y negras entre los pámpanos de las cepas a lo largo de los surcos! Podrían decorar las estancias celestiales al igual que las zarzamoras y la madreselva con ese perfume, impregnando todo lo que rodea en las noches de verano.

Los pueblos huelen a uva recién pisada, los huertos dan la mejor cosecha, aquella que sabe a gloria. Las mariposas se van marchando, las rosas y otras flores se han ido marchitando; la parra, aún frondosa va dejando caer las hojas secas que tapizarán el suelo, la hamaca a la que mi hijo habría pedido en matrimonio, pues le encantaba reposar sobre ella, espera que alguien se siente a que lleguen los atardeceres, ahora más tempranos, quizá más luminosos. Los barrenderos no sufren de melancolía precisamente ya que los paseos y avenidas van cubriéndose de un manto ocre. El olor a hierba recién cortada me trae a la primavera, el de la uva en los lagares al otoño.

Todo comienza a mudar su envoltura verde, para trocarla por los ocres, anaranjados, rojizos... Otra vez todo vuelve a empezar.

Gregorio Gigorro
GREGORIO GIGORRO
"Bajo la parra rojiza"
Tinta china y acrílico sobre papel
Firmado y fechado en 2.012
Medidas: 29,5 x 40,5 cm



Aranjuez, 21 de septiembre de 2.012



martes, 18 de septiembre de 2012

Una plaza "redonda"



¡Qué suerte!, estar colocada en su trono, tirado por dos leones, viendo la vida pasar, sin decir ni "mu...". La situaron en el centro de la plaza como si se tratara de una tarta, coronada por ella y rodeada de dos velas que son los surtidores de agua que la flanquean. ¡Qué maravilla!, poder disfrutar desde allí de todas las puestas de sol sobre los edificios y qué bien librarse de ver la torre de Valencia, ese copete tan desafortunado sobre la puerta de Alcalá. Como nunca ha tenido marido le añadieron en el siglo XIX  en la parte trasera, dos angelotes que no cesan de jugar con el agua.

"Cibeles", la diosa frígia que representa la fertilidad, la tierra..., junto con Neptuno, dios del mar, al que nunca se ha dignado a mirar, componen con Apolo, dios de la belleza y la música, la tríada del paseo mandado proyectar por Carlos III en el siglo XVIII. La plaza es una tarjeta postal de Madrid, capital de las Españas, a sus pies bulle un ir y venir frenético de coches y personas. ¡Cuántas ilusiones, cuántos sinsabores pasaran cada día por este lugar! Tantos proyectos frustrados y deseos conseguidos en una ciudad donde había sitio para todo el mundo sin importar de donde viniera; es un lugar de celebraciones, de encuentros, de manifestaciones, rodeada por edificios señeros del paisaje urbano, como el Ayuntamiento, la sede del Instituto Cervantes, el Banco de España y la Casa de América, por cierto uno siente una emoción especial cuando estando en Ciudad de México comprueba que existe una réplica de la fuente, muy lejos de aquí. ¡Por algo será...!

Siempre está adornada con los mejores parterres de flores para realzar su belleza, para conseguir que la novia de todos aunque sola y sin marido esté contenta, como decía la canción: "A la sombra de un león". Si no es un remedio, siempre es un consuelo que hay que agradecer.


Gregorio Gigorro
GREGORIO GIGORRO
"Una plaza redonda"
Óleo sobre lienzo
Firmado y fechado en 2.012
Medidas: 46 x 55 cm

Aranjuez, 15 de septiembre de 2.012

sábado, 15 de septiembre de 2012

Una noche mágica




Dándole en la cara, el pálido sol de la mañana, recordaba aquella noche calurosa y lejana del mes de julio, cuando se decidió a tomar un autobús hasta Córdoba. El calor ascendía desde el asfalto de la calzada, las aceras estaban pringosas y él chorreaba de sudor hasta que dió con el andén desde donde partiría.

Seguro que enseguida, se quedó dormido, como cuando era pequeño y le mecían en su cuna. Debían de ser alrededor de las cinco de la madrugada, cuando llegó a su destino; dejando la avenida donde paró su autobús, se internó en la maraña de callejuelas tortuosas. Solamente la noche estrellada le acompañaba y él solo se sentía bien.

La ciudad desierta desplegaba todo su perfume en los recoletos jardines, donde sobresalían las altaneras palmeras; se acordaba de aquel árabe venido de Oriente, en el siglo VIII d.C. "Abderraman I", sobreviviente a la matanza de su familia, desde Siria trajo hasta aquí aquel árbol exótico; por el contrario las columnas esbeltas de orden corintio del templo en la calle de Claudio Marcelo al igual que los capiteles, frisos y otros despojos carcomidos por el tiempo, esparcidos sobre la plaza del Museo Arqueológico; le hablaban de su pasado romano.

Recorrió la calle de San Fernando, adornada con naranjos hasta desembocar en la plaza de la Corredera, austera y barroca, en cuyo subsuelo resuenan todavía los ecos de los combates entre gladiadores, pues allí estuvo el Circo Romano y mucho después, desde sus balcones se presenciaron todo tipo de celebraciones desde corridas de toros, autos de fé, mercados y hasta concursos de toda índole.

Bajo la luz de las farolas,  el contorno de las cosas se desdibujaba, los recovecos eran más oscuros, más sugerentes; sin nadie por las calles y en penumbra, los colores desaparecían para dejar paso al oído, al tacto, al olfato, para sentir las fragancias de Oriente en un lugar que hace diez siglos fue el ombligo del mundo.

Deambuló por toda la ciudad, se acercó al rio grande al que se asoma desde la torre de la Mezquita-Catedral, las cúpulas barrocas, las espadañas, mientras él discurría ancho y manso bajo los ojos del puente romano entre ruinas de molinos árabes. Cansado de tanta historia, buscó acomodo sobre un banco de piedra a la vera de una fuente que canturreaba levemente, rodeada de naranjos, macizos de flores y majestuosos magnolios; enseguida cayó rendido por el sueño.

El ruido de los pájaros sobre los árboles de la placita donde se encontraba, seguido del tañir de algún cercano campanario, le decía que la mañana, muy luminosa por cierto,  había llegado; con ella, las ganas de descubrir a plena luz todo lo que había vislumbrado durante la noche.


Gregorio Gigorro
Gregorio Gigorro
"En el Jardín de la Isla"
Óleo sobre lienzo
Firmado y fechado en 2.012
Medidas: 33 X 41 cm



Aranjuez, 11 de septiembre de 2.012

jueves, 6 de septiembre de 2012

Segovia



     Se sentó en el rastrojo, sin parpadear, sin articular palabra, sencillamente se quedó boquiabierto. A esa hora, el cielo se cubrió con la mejor paleta de colores pasteles para engalanar aún más la ciudad. El sol poniente, se tomó el placer de fingir un incendio aquella tarde como si se tratara de aquel emperador romano que hizo lo mismo con Roma.

Así, Segovia, encaramada sobre un monte que asemeja un gigantesco barco varado sobre los barrancos verdes que la circundan, cada tarde aparece iluminada, deslumbrante e irreal con el telón de fondo de la montaña. Ante nuestros ojos maravillados, la proa del buque es el gallardo Alcázar, verdadero palacio de cuento de hadas, a continuación la esbelta catedral, después San Esteban, San Andrés..., por encima del abrumado caserío ceñido por las murallas. El paseo continua regresando al Azoguejo, bajo el Acueducto, siguieron conmovidos por tan magnífica obra de ingeniería, tan sólida y delicada a la vez, construida hace ya 2000 años, solamente para abastecer a un puesto militar, no a la ciudad inexistente. La luz del día fue sustituida por la de los focos para realzar los monumentos; la plaza estaba repleta de terrazas, donde los turistas disfutaban de una banda de jazz. Él se acordaba de la "Dolce vita", de Roma, de Fellini.

Subieron por la calle Real, llena de iglesias, palacios y tiendas de todo tipo, que hacen del paseo algo más entretenido, sobre todo para ellas. La Plaza Mayor se le antojó un gran patio de vecinos, diseminados en animada charla bajo las acacias y el templete de la música, la catedral majestuosa y muda se encontraba al fondo frente al teatro. No estaban cansados, continuaron por el barrio de las Canonjías, donde abundan los miradores ajardinados sobre el Eresma; el silencio de la noche lo interrumpían los surtidores tímidos de las fuentes que invitan al sosiego en una noche de verano, nada calurosa. Fueron desgranando iglesias románicas, palacios renacentistas, se toparon con la muralla y desde allí contemplaron los arrabales con las torres iluminadas del Salvador, San Justo y otra vez apareció sesgado el acueducto imponente descollando sobre las apiñadas casas. Se hizo tarde, aunque no más de noche, de esta manera despacio tomaron una carretera cómoda y desierta para volver a casa.

Gregorio Gigorro
GREGORIO GIGORRO
"Cachito de Cielo"
Óleo sobre lienzo
Firmado y fechado en 2.009
Medidas: 91,5 X 53,5 cm


Aranjuez, 6 de septiembre de 2.012




domingo, 2 de septiembre de 2012

El alborozo



¡Ay, ay, qué estruendo! ¿Qué es ese ir y venir de ángeles y caballos alados? Desde aquí abajo, resuenan los relinchos, las voces, las trompetas y todo el cielo está invadido por  una gigantesca ola de truenos, relámpagos, rayos y centellas; será el calor, claro, por eso se está preparando una tormenta importante, para aliviarnos de la canícula reinante a los pobres mortales. Pero no, parece que se prepara algo muy distinto, pues los ángeles andan volando, en busca de toda la Corte celestial. ¡Sí, eso va ser!

De buena tinta me he enterado, que tan altos dignatarios están organizando una reunión del más alto nivel con gran boato y algarabía, para intentar que dicha Corte ponga freno al tamaño desaguisado en el que se ha convertido la tierra. Bueno, pues las divinas intenciones no parecen escatimar, ¡qué haya suerte en tan descomunal empresa!, y toda esta tempestad se apacigüe para llegar a buen puerto.




Gregorio Gigorro
GREGORIO GIGORRO
"El alborozo" (Tapa para una mesa)
Tinta china y acrílico sobre papel de embalar
Firmado y fechado en 2.012
Medidas: 49 x 91, 5 cm



Aranjuez, 31 de agosto de 2.012







lunes, 27 de agosto de 2012

Veo, veo.



Los ojos de un bebé, de un pajarillo, de una lagartija... ¿Las flores tienen ojos? Las vacas sí que los tienen, grandes y redondos; los ojos de un caballo, de un toro, te escrutan firmemente; los de un perro me siguen, como si hubiera sido su dueño. Los de un niño son limpios, te reflejas en su iris virginal, como si fuera un cristal, los de un gato resaltan en la oscuridad de la noche, creando un ambiente inquietante. Hay ojos que chispean de alegría, o de sorpresa, otros se encuentran tristes y melancólicos; abundan los que miran pero no ven. ¿Verán los peces, las serpientes, las tortugas...?, y si lo hicieran, ¿cómo nos verían?. 

Nosotros vemos, ¿nos vemos de verdad? Hay ojos que piden ayuda, perdón, ternura; algunos destilan rabia, ira, desánimo, cansancio, ansiedad, nerviosismo, dulzura, paz...

Los hay azules como el mar azul, verdes como la canción, negros como el cuento, profundos como un pozo hondo. Hay personas que no miran cuando hablan con otras, hay miradas que dan vida, que tocan con el alma y éste no necesita de las palabras.

¿Y tú, qué miras? ¿Qué ves?

Gregorio Gigorro
GREGORIO GIGORRO
"El festín" (boceto para tabla de mesa)
Tinta y acrílico sobre papel de embalar
Firmado  y fechado en 2.012
Medidas: 49 x 91,5 cm


Aranjuez, 27 de agosto de 2.012


jueves, 23 de agosto de 2012

Cambio de aire


Mientras acariciaba la idea de haber nacido en Cádiz, ciudad abrazada por el mar, las manos giraban suavemente el volante por una carretera desierta, rodeada de una llanura rojiza, plagada de olivos polvorientos, entre viñas de uvas negras. Poco después abandonaba dicha ocurrencia y me acordé de una clienta, cuando la comenté acerca del lugar de mi nacimiento, me respondió: "Nada de eso, tú tendrías que haber nacido en Baden-Baden, ciudad famosa por sus balnearios, frecuentados por una selecta clientela, me sonaba a algo exótico y tenía gracia; mientras tanto el camino seguía desierto, ahora habitado por cientos de vacas, toros y caballos, ¡qué ni pintados!

Avanzamos y definitivamente, todo se volvió frondoso, montones de zarzamoras a punto de madurar, se agolpaban al borde de la carretera; mi hija y yo hacíamos "la recolección" de tan dulce fruto; Pilar, mi mujer se acordaba de su infancia en un pueblo de Ávila, donde sus árboles, estanques y huertos se mezclaban con los míos.

Lo más alto del paseo fue la llegada a la cima, a nuestros pies, se extendía la inmensa llanura, salpicada de encinas hasta donde las nubes del cielo encapotado permitían abarcar nuestros ojos; descendimos hasta el valle y avistamos un embalse grande que es el comienzo del parque natural de Cabañeros, ¡qué delicia!, ¡qué derroche de hermosura!, miles de árboles conviven la mar de bien con un montón de animales, hasta pudimos ver un ciervo. La tarde se fue oscureciendo y casi de repente delante de nosotros, apareció un carruaje tirado por dos caballos tordos, desplazándose suavemente sobre el asfalto al son de las campanillas que adornaban sus cabezas, arreados por un cochero paciente. Me acordé de mi abuelo, de sus mulas, de todos aquellos aperos de labranza que yo guardé con celo y que sin embargo, se perdieron tras el derrumbe de la casa, donde se cobijaban. Aquel recuerdo no se había perdido, sigue dentro de mi. 

Y es que cada persona por la razón que sea,  puede decidir nacer donde le dé la gana, pues "Uno no es de donde nace, sino de donde pace". Pero los recuerdos no se pueden cambiar, porque son los que son, quizá se conseguirá maquillarlos un poquito, nada más.

Gregorio Gigorro
GREGORIO GIGORRO
Abanico
Tinta china y acrílico sobre madera
Firmado y fechado en 2.011



Aranjuez, 21 de agosto de 2.012