El otro día una amiga esperando su tren vió que un niño tiraba de su corpulento padre a primera hora de la mañana, cuando ellos abandonaban el vagón de metro que al pequeño le acercaba al colegio y al mayor a su trabajo; el andén estaba lleno de gente, de entre todo eso salía una melodía que desgranaba un hombre con su trompeta. El niño que a duras penas andaba, pues contaba poco más de dos años, se paró en seco; el padre seguía caminando pero él insistía, por fín se pararon, aunque fueron casi las únicas personas de entre ese montón que escupía el metro a esas horas.
Un reciente estudio realizado en los Estados Unidos situaba a un músico interpretando una serie de piezas, en una céntrica estación de metro, a una hora punta y durante unas tres horas. El resultado fue revelador del mundo que habitamos pues la inmensa mayoría que circulaba por aquel lugar no se paró a escuchar, supongo que por la premura de llegar al trabajo o por ocupaciones varias. Al cabo del tiempo transcurrido, el citado señor obtuvo treinta y seis dólares por su trabajo, lo llamativo fue que poco antes dicho señor que es un afamado músico tenía vendidas todas las localidades a noventa dólares cada una en el teatro donde dió varios conciertos.
La prisa, la ansiedad, la ceguera... no nos permite reconocer por si solos que a nuestro alrededor hay seres diferentes que destilan ese no sé que, ese que sé yo, que muchos no tienen; esas personas se encuentran entre nosotros pero no nos damos cuenta a no ser que paguemos lo razonable por una butaca y la crítica haya bendecido de antemano al concertista y por supuesto que hayamos acabado nuestros respectivos trabajos.
Por suerte, el otro día tomé el metro, ¡si, por suerte!, porque cuando me disponía a salir a la calle, en un ensanche del pasillo, se encontraba un pianista y una violinista tocando una melodía ensoñadora, ya utilizada en el cine, todo se llenó de luz para mí, me paré, disfruté y les dí unas monedas que deposité en el estuche del violín en el suelo, que no estaba a rebosar precisamente; después emocionado les dí las gracias, pero en ese rato observé que casi nadie se paró.
Como dice mi mujer: "¿Cuándo nos vamos a dar cuenta que los ojos son para ver y el corazón para sentir?" A menudo, olvidamos que se puede disfrutar de la belleza en cualquier lugar y en cualquier momento, simplemente parándose.
GREGORIO GIGORRO "El violinista" Tinta y acrílico sobre cartón Firmado y fechado en 2.013 Medidas: 35 x 50 cm En Aranjuez a 22 de enero de 2.013 |