Goyete, ¿dónde está el bolso que me compraste? Gritaba agarrada a la baranda del patio.
¡Yo, sin bolso no voy a la boda!, añadió desgañitándose. Me puse como loco a buscarlo, afortunadamente lo encontré enseguida.
Mi abuela Arsenia se puso contenta y el resto de la familia respiró tranquila; ella era así, cuidaba cualquier detalle, comía lo mejor para su salud, le gustaba ir a misa diariamente, visitar a su amiga Rafaela y peinarse una vez por semana en la peluquería. Con frecuencia me decía que todo era mentira, solo daba crédito a lo que había visto, muy a pesar, he comprobado que era verdad en parte.
Transmitía paz y templanza, que sus hijos y nietos recogían con gusto, junto a mi abuelo nos sostenían al resto, estábamos unidos o eso creía yo.
Me contaba los viajes que había hecho con su marido, lo mismo que a los lugares donde le había llevado yo; nunca se negaba a probar algo que desconociera, al contrario, disfrutaba lo mismo yendo a una verbena, a un chino o al Museo del Prado.
Era genio y figura hasta la sepultura, aunque se iba apagando siempre le quedaba el resquicio de, a ver si conozco a la niña, hijo; cuando esto sucedió, a ver si la veo hacer la comunión, siempre había un a ver si... por si acaso. No le gustaba nada el invierno, por eso aguantó hasta la primavera y se apagó despacito como una pavesa.
Me acuerdo de ella muy a menudo, la recuerdo con cariño, tierna y serena. ¡Qué guapa estaba con el bolso en la boda de su nieta!, contenta como si estrenase zapatos nuevos, como una niña.
Los seres queridos no mueren del todo porque perviven en nosotros, morirán el día que nos vayamos, pero otros seres nos guardarán en su memoria y así hasta el final de los tiempos, como la vida mismamente.
GREGORIO GIGORRO Pisapapeles. 2017 En Aranjuez a 1 de diciembre de 2017 |
No hay comentarios:
Publicar un comentario