Cuando mojas tus pies en la arena húmeda del Gros,
bajo la niebla casada con el inmenso mar,
mientras las gaviotas cantarinas,
revolotean en el cielo denso.
Cuando cruzas el puente del Kursaal, sobre el Urumea,
la gente empieza a poblar el bulevar,
cobijado por el Urgull.
Sientes la humedad de las relucientes baldosas,
las campanas de la iglesia del coro,
y vas subiendo por el umbroso y apretado bosque,
coronado por el Cristo protector,
dando la espalda a ese mar bravío que hostiga a veces
y otras acaricia a la Bella Easo.
Desde arriba, ella se despliega armoniosa en su urbanismo mesurado,
cuando fue solaz de ilustres personajes,
más tarde recorres el Paseo de la Concha,
saboreando esa baranda única, elegante hasta decir basta,
esa sinfonía en blanco de coronas de laurel;
de pronto observas a los surfistas, a las personas que pasean a pie o en bicicleta,
el viento sopla suave, mientras un niño juega a la pelota con su padre al borde el mar.
Te sientas a tomar un café humeante,
viendo a una ciudad que mira al mar desde siempre,
rodeada de montes sinuosos, jugosos,
dando una sensación de sosiego, de calma.
Mil sabores que disfrutar en un lugar inolvidable,
con un montón de rincones que recorrer;
querido por quienes la habitan y gozado por los que la visitan.
Información
943 90 03 72