Rueda que te rueda por pasillos interminables, leyendo sin parar camerino de tal o cual personaje, de esos que el telespectador aplaude en su casa con frenesí; continua con la sala de maquillaje, guionistas, sastra, realizadores, atrezzo..., un sinfín de nombres nuevos para él.
Desemboca finalmente en el plató, atiborrado de focos en el techo, cables por todos lados, sillas vacías de público, colores chirriantes y resplandecientes como si fueran a ser estrenados, saludos al equipo, siguiendo atentamente las indicaciones sobre la historia que tendrá lugar allí. Ajuste de micrófono después de haber pasado por el vestuario, de haber sido maquillado, y aprendizaje a toda leche del guión; marcas de posición, ensayo y posterior rodaje.
De golpe y porrazo sin esperarlo, es un ser de mediana edad, corriente, moliente y decente; embutido en un traje gris que al final de su carrera en la empresa, recibe el cariño de todos su compañeros. Rueda que te rueda, una, dos, tres veces hasta dar por buena la escena. Poco más tarde aparece en la sala, atestada del gentío que le ovaciona como si le conociera desde siempre, lo mismo que sus supuestos compañeros que jamás ha visto.
Saluda sonriente y por dentro piensa -jugar por jugar, vivir jugando o jugando a vivir. No pierde ese rictus alegre, mientras no deja de sentirse ridículo.
Curioso, nadie lo nota. "En el reino de los ciegos el tuerto es el rey".
En el puente de Alcántara Toledo En Aranjuez a 6 de marzo de 2017 |