De golpe, se le
aparecieron aquellos hombres tristes portando el cuerpo sin vida de su
Abelardo; como todos los días habían comido los cuatro juntos, después se
habían echado una siesta, aprovechando que las pequeñas también dormían; a esas
horas no había un alma por las calles teñidas de un polvo molesto, venido del
altiplano.
A media tarde se
marchó, porque tenía que ver a un fulanito para hablar de no sé qué trato,
despidiéndose como lo que eran, dos recién casados.
El caso es que
cuando el sol dejaba paso a las estrellas ya había muerto o mejor dicho, había
sido asesinado; veinticinco años segados
de un tajo, de un golpe de gatillo derecho al corazón. Le tendieron en la mesa
de la cocina, larga como era, para acoger la corpulencia de un hombre sano y
robusto, su viuda de ojos verdes como la selva se quedó boquiabierta para dar
paso al lamento, a las lágrimas desesperadas, mientras limpiaba con primor la
sangre de su amor, había sido su novio desde la escuela, tenía trece años, él
tres más. Sintió un brazo fuerte rodeándola, era su cuñado de similar
apariencia física, tanto que a veces le confundían, intentó tranquilizarla con
ternura, poco a poco los lloros dejaron paso a los gemidos, más tarde a los
suspiros y por último al silencio más absoluto, con la mirada en otro mundo.
Recordaba aquella ocasión cuando le agarró de la mano diciendo: -Te invito a la
puesta de sol en la laguna-.
Ella se perdió
en el azul acuoso de su mirada, sonrió sin rechistar, apretándose las manos, al
volver cayó una tormenta pero nada les afectaba, no pararon de reírse hasta que
escampó.
“Nunca volverá a
abrirlos, a llamar con su voz grave, a acariciarme con sus dedos delicados, no
verá crecer a Isabel y a Aurora, no podremos…”
Rompió en
lágrimas, lagrimones a raudales sin freno mezclados con gritos, pero para una
mujer de veintidós años sin marido y con dos hijas pequeñas, la depresión era
un lujo que no podía permitirse, de modo que siguió sacando provecho a la
granja que les daba de comer aunque las ganancias no fuesen para tirar cohetes.
Se enteró con
desconsuelo de las circunstancias del hecho fatal, al parecer mientras jugaban
a las cartas, irrumpió un señor desconocido para todos, preguntando por
Ambrosio, su cuñado. Abelardo le respondió que era su hermano, sin mediar
palabra le disparó, desplomándose sobre la mesa de juego; sus compañeros se
quedaron atónitos, paralizados, sin reacción alguna, fueron segundos densos; el
desconocido huyó al galope en un caballo tordo. Antonia lejos de alimentar el
rencor y la venganza se hundió en el trabajo para criar a sus niñas, sin darse
descanso ni tregua.
El tiempo
transcurría sin logran espantar a sus fantasmas que pesaban mucho más que
trabajar de sol a sol todos los días.
Así decidió
cruzar el charco para empezar de nuevo, animada por las buenas expectativas,
según le habían contado personas que vivían en la antigua metrópoli. Antes de
eso vendió mal y pronto sus pertenencias, no le importaba perder de vista su
pasado si esperaba ganar más tranquilidad.
Una vez que se
deshizo de todo, junto a sus hijas se vino a España, el amor de su vida estaba
enterrado, decidió también enterrar para siempre la llegada de otro hombre,
nunca más; solo se ama verdaderamente una vez.
Seguía vigilando
con mimo la cena que estaba cocinando a fuego lento, como todo lo que tiene
sustancia; repleta de los olores, del sabor de su tierra para ofrecérsela a sus
familiares y amigos.
Los invitados ya
empezaban a llegar, la puerta se abría para dar paso a los saludos, a las
risas, la casa iba llenándose del griterío de los niños, del rechinar de las
copas, de las bromas jocosas.
Isabel, su hija
mayor entraba y salía de la cocina ayudando a su madre para que todo estuviera
listo en tan señalada ocasión.
Al entrar de
nuevo, junto con su prima le preguntó: -¿Mamita ponemos la vajilla de la
abuela?-
Ella saliendo de
su ensimismamiento la miró a los ojos y con firmeza le respondió: -Coloca la
que compramos hace una semana, es nueva y mucho más alegre, hija-.
GREGORIO GIGORRO "Una mujer en la azotea" Acrílico y tinta sobre tablilla entelada Firmada y fechada en 2017 Medidas 24 x 19 cm En Aranjuez a 30 de julio de 2017 |