Es ella misma, para descubrirla hay que recorrerla entera, sin prisa, aspirando el aire húmedo, pisando sus relucientes adoquines, parándose donde te apetezca a echar un trago en sus innumerables fuentes, porque cualquier rincón se presta a ello; el peso de la historia es tan rotundo y rico que ha dado como resultado un montón de Romas superpuestas unas sobre otras, en las que no cabe un alfiler más.
Es delicioso descubrir sus fuentes monumentales, sus cúpulas, el Panteón te deja boquiabierto, las cornisas de sus palacios, sus fachadas, los obeliscos traídos desde la época de Augusto para decorar sus plazas. Es impagable recorrer las estancias de los Museos Capitolinos, sin nadie, comprobar cuanto alma hecha belleza cuelga de sus muros; asomarse al foro iluminado donde reina el silencio. Aquella noche descubrimos un escenario mágico, roto por los graznidos de las gaviotas que pueblan la ciudad, venidas de la cercana Ostia.
La otra tarde nos emocionamos escuchando un concierto en San Anastasio, al ladito de la Fontana de Trevi donde la cantante nos removió nuestro corazón. Aspirar el perfume de los narcisos que decoraban las mesas del bar en el Museo de la Ciudad, o disfutar viendo escaparates en la Via Santa Victoria de muy señor mío, dar una vuelta sobre un caballo de cartón piedra en el tio vivo cuando las fuentes se han quedado mudas y la Piazza Nabona está desierta, admirar los Caravaggio de San Luis de los Franceses o comerse un helado sentados frente a la fachada de San Felipe Neri.
Roma es una continua escenografía, es el fondo del teatro de la vida palpitante, tanta hermosura no puede caber con tan pocas palabras, pero lo mejor de lo mejor es haber podido ir juntos y eso no tiene precio.
Ci torniamo presto...