La primera vez que fui me deslumbró, tenía 13 años, sería la luz sobre la bahía al atardecer, tal vez el olor intenso a yodo paseando por la playa, quizá el viento de levante despeinando las altas palmeras, puede que fuese el perfume del azahar en primavera o serían sus gentes alegres y acogedoras que son el poso del tiempo pues Gades es con sus más de 3000 años la ciudad más antigua de Occidente y eso no es cualquier cosa.
Desde los fenicios, los cartagineses, romanos, árabes, cristianos, todas esas civilizaciones han dejado un legado tan rico como variopinto.
Me sigue fascinando esa ciudad abrazada por el mar que contra viento y marea resiste al tiempo hasta llegar a nuestros días.
Es hermoso ver la luz arrolladora que envuelve la plaza de San Juan de Dios abierta al puerto como si fuese una inmensa puerta, con un casco equilibrado, un ayuntamiento señorial; toda ella huele al Caribe, de hecho en Cartagena de Indias hay un edificio calcado del anterior.
Cómo romano es el teatro, de los más grandes del imperio edificado por la familia Balbo, ricos comerciantes de la época que por cierto tenían su sitio reservado en el anfiteatro Flavio en Roma o los restos de las dependencias del puerto en época fenicia, sin dejar de mencionar el rosario de iglesias amén de las dos catedrales con las que cuenta la urbe y que custodian obras de arte sacro muy reseñables.
El sello de la importancia comercial a partir del XVIII cuando de Sevilla hasta allí se traslada la Casa de contratación queda patente en los numerosos palacios diseminados por el centro histórico, hasta asistió al nacimiento de la Constitución de 1812; tantas y tantos ejemplos podría citar que sería arduo.
Pero yo me quedo donde estoy que es tomando un pescaito frito delicioso con buena compañía a la sombra de las palmeras que jalonan la calle de la Virgen de la Palma en el barrio de la Viña, después de darme un bañito en la playa de la Caleta, por cierto imposible olvidarse los atardeceres en este lugar de baño, un lugar familiar, recoleto que cuenta con un balneario decimonónico mientras ves las barquitas salpicadas sobre el agua o el paseo al borde del mar, chasqueando las olas contra las murallas, el cielo inmenso, el aire quieto, una familia de gatos tomando el sol sobre las rocas artificiales...
En fín no les cuento más, vengan, déjense acariciar igual que hace el Atlántico con esta ciudad que sin duda les encandilará.
Gregorio Gigorro En Aranjuez a 16 de abril de 2023 |