Subía corriendo la cuesta, llegaba chorreando sudor, el niki pegado a la piel,
jadeante encontraba como siempre la pesada portada barroca,
se quedaba petrificado con sus ojos de niño, recorriendo aquel mamotreto que tanto
le fascinaba.
Siempre que volvía a Santa Cruz sentía la imperiosa necesidad de despedirse de ella,
cuando se marchaba, constatando que continuaba en el mismo lugar, vigilando al pueblo
desde su veleta, coronando la torrecilla de ladrillo, horadada por arcos de medio punto,
formando simetría con la rotunda fachada.
De aquellos años, con su mirada limpia y transparente, guardaba la afición
por las veletas, con frecuencia comparaba ésta con otras como la del Monasterio de Uclés,
más rotunda en consonancia con el edificio, contrapuesta a la del parador
de Cáceres, ésta más grácil.
¡Cuántas veces fantaseó con este palacio solariego!
Poniendo el ojo en su roñosa cerradura a través de la cual veía el zaguán sombrío,
el patio porticado, el arranque de la escalera, hasta las estancias del piso noble,
todo enorme para él.
Se veía recorriendo la bodega, jugando al escondite entre las tinajas,
palpando la humedad que deja el tiempo abandonado,
perdiéndose bajo los árboles del jardín descuidado, al abrigo de la arquería,
frente a la iglesia de San Miguel en el arrabal.
Tantas fantasías infantiles habían hecho mella, hasta el punto de regresar una y otra vez
a comprobar peinando canas que la Casa del gallo seguía vigilando a Santa Cruz,
ahora poblada por el murmullo insistente de las palomas.
El más nimio detalle puede servir para revivir el pasado, viviendo el presente con intensidad,
¿qué fantasía te lleva a tu infancia?, ¿cual te anima a caminar con alegría y confianza?
La fantasía es exclusivo patrimonio del ser humano, sin ella, todo se percibe gris, soso.
Claro que es necesario echarle de comer de tanto en tanto
porque ya se sabe, no solo de pan vive el hombre.
"La casa del gallo" Santa Cruz de la Zarza (Toledo) En Aranjuez a 4 de marzo de 2018 |
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