El arco enorme del puente que cruza el río manso no quiere dejar de reflejarse en el agua como si de un ojo gigante y vanidoso se tratara, dando la espalda a esa parte de la ciudad que mira a la Vega baja.
Cerca de allí una presa flanqueada por dos molinos hace que el agua resuene atravesando la verdura de sus orillas.
Cuenta una leyenda que en el siglo XI un rey árabe con motivo de sus esponsales, obsequió a sus invitados con la riqueza que un barco había extraído del fondo del río, la celebración tuvo lugar en su palacio estival construido sobre una palestra romana. Ese es el origen del cigarral más antiguo de Toledo, donde paseo por sus extensos jardines en este mes de mayo florido y hermoso, un lugar exuberante lleno de gente que acude a la romería del Santo Ángel Custodio, cuya cofradía se fundó a principios del XVII, abierto únicamente para dicha ocasión.
Pasando por la carretera que va a la Puebla de Montalbán, no puedes imaginar lo que hay detrás de la formidable portada del renacimiento toledano trasladada hasta aquí desde el Palacio Munarriz en el casco histórico; detrás de la cual se extiende un paseo frondoso, solado con ladrillos en espina de pez, de raigambre romana alternados con guijarros en los laterales, rodeado por todo tipo de flores tanto en macetas como en la tierra, abriéndose en plazoletas con rotundas fuentes de piedra y miradores con otra perspectiva de Toledo, quizá menos conocida.
Se llega hasta la ermita, donde las campanas no cesan de repicar mientras el susurro de la fuente da el frescor y la gracia al lugar abarrotado de personas paseando, bebiendo, comprando roscos del Santo...; dicho templo es una sobria construcción en cuyo interior destaca un lienzo de Vicente Carducho situado en el testero, amén de otros de gran valor, justo debajo se extiende una gran terraza sobre el río jalonada por infinidad de fruteros de terracota rojiza, con el contrapunto de la música de Jazz.
El protagonismo del agua y el jardín hacen que la arquitectura casi desaparezca invadida por la espesura de la vegetación; los tímidos surtidores de las fuentes, la umbría de cada rincón dispuesto para el descanso, todo ello invita al sosiego, a la calma.
Pero como les decía este cigarral tiene una dilatada historia, después de la reconquista y con el transcurrir del tiempo se fueron construyendo en los montes estas casas de recreo para huir del mundanal ruido de la ciudad, los cigarrales desde los siglos XV, XVI, XVII hasta nuestros días se encuentran sobre todo al sur, con estupendas vistas de la urbe; pues se sabe que perteneció al Marqués de Villena durante el renacimiento y más tarde en época barroca a don Bernardo de Rojas y Sandoval, Arzobispo de Toledo quien cedió parte de la finca a los Capuchinos descalzos, hasta que éstos se trasladaron cerca del Alcázar, a partir de ahí se convirtió en vivienda privada, fue él quien encargó el templo a Juan Bautista Monegro en 1631, también logró convertir el lugar en un centro de artistas como Lope de Vega o Tirso de Molina, éste último dedicó una obra a los cigarrales toledanos, hay que esperar al siglo XX cuando la poetisa Fina Calderón lo compró volviendo a ser un foco cultural a nivel internacional, más tarde cayó en un estado de abandono y en los años 90 Seguros Solís restauró el esplendor perdido, dedicándolo a celebraciones, cosas de la vida.
La tarde continúa su camino, nosotros solos bajo el sol caminamos por un paseo de esbeltos cipreses alternados con fustes de columnas de granito, abrazados por rosales, al fondo el monte salpicado de cigarrales entre las encinas y los pinos.
Lo más hermoso siempre se encuentra en el interior, por ello descubrirlo es una grata sorpresa.
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