De pronto un desgarro recorrió la estrecha escalera iluminada por una triste bombilla, aquel grito contenía todo el dolor imaginable, la mujer no cesaba de gritar nerviosamente ante la mirada atónita de la chica que sostenía la muñeca que le había entregado aquel ser derrotado e inválido.
Enseguida llegaron los enfermeros, consolaron a las dos pues estaban acostumbrados a los frecuentes estallidos de dolor.
Aquel lamento para cualquiera desmedido provenía de una mujer, de una madre que había tenido todo lo que un ser humano puede desear, fama, dinero y amor, hasta la belleza le sonrió; su vida estuvo trufada de éxitos literarios, todo lo que escribía era un acontecimiento editorial hasta que de pronto todo, todo desapareció, cuando le arrebataron a su hijo en circunstancias extrañas.
Aquella mañana de primavera como tantas otras el niño iba de la mano de su madre, charlaban, se reían; su hijito era todo para ella, de repente un coche aparcó y de él salieron dos hombres muy decididos, nuestra pareja no advirtió de su presencia y siguió paseando a la sombra de los árboles, sin beberlo ni comerlo ella notó un fuerte tirón separándole con fuerza de su retoño y así comenzó su calvario, a partir de ese momento su vida cayó hasta llegar al pozo profundo donde se encontraba, no cesó y no escatimó en medios para lograr recuperar lo que le habían robado pero todo fue infructuoso y poco a poco ella se hundió en una negra espesura hasta acabar internada en un sanatorio psiquiátrico, era una rosa marchita, una muñeca rota debido a ese vacío enorme imposible de llenar por nada ni por nadie puesto que de sus entrañas le privaron de lo que más quería,
Es tremendamente difícil aunque se intente con todas las fuerzas de las que dispones saber todo lo que le pasa por la cabeza y el corazón a una madre, a cualquier madre porque esto le puede suceder a cualquier hijo de vecino.
GREGORIO GIGORRO
Fragmento
En Aranjuez a 23 de abril de 2023
En el día del libro