sábado, 23 de junio de 2012

Sobre Granada



Y llegaron en un pis pas, una fría mañana del mes de Diciembre hasta Gran Vía esquina con Reyes Católicos, se apearon del taxi y comenzaron a pasear sin prisa hacia la Plaza Nueva;  la acera recién regada brillaba, Isabel, la más pequeña de los cuatro, iba sentada en su carrito y su hermano de vez en cuando se agarraba a él, queriendo conducirlo. Pronto encontraron un lugar agradable, donde tomar un café que les reconfortara, festejando así su vuelta a Granada. Frente a ellos, se encontraba imponente, la Real Chancillería, ejemplo manierista del XVI, la iglesia de Santa Ana y en lo alto la torre de la Vela, vigilante como la proa de un barco imposible, coronaba el bosque, asomándose por encima de las casas.

La plaza a esas horas comenzaba a desperezarse, poblándose de sillas y mesas sentadas esperando a los clientes. Recorrieron la Carrera del Darro, sorteando los pocos vehículos que pasaban; siguiendo la ribera del río por donde paseaban un montón de gatos, iban disfrutando del rosario de monumentos, hasta que llegaron al  Paseo de los Tristes. "Otra parada", esta vez en la fuente que adornaba dicho paseo. La impresión era majestuosa y mágica a la vez, como sacada de un cuento, desde lo alto descollaban las torres y murallas de la Alhambra. Subieron la Cuesta del Chápiz, internándose en el Albayzín, debido al desigual terreno, él llevaba en vilo el cochecito, otras veces recorría el pavimento empedrado haciendo que se meciera la niña sin querer, siempre saboreando los jardines íntimos, las iglesias, conventos y placitas que salpicaban este barrio tan sugestivo para ellos. Y llegaron, al Mirador de San Nicolás, se sentaron como tantas veces lo habían hecho los tres, ahora cuatro, dando la espalda a la Alhambra, rojiza y misteriosa, bajo el inmenso manto blanco de la sierra. Se hicieron la foto de rigor, y continuaron paseando en aquella mañana fría y luminosa de finales de Diciembre.

Al caer la tarde, se encontraban en la terraza del Alhambra Palace, un verdadero decorado cuajado de arabescos de principios del XX, que recordaba muchísimo a su nombre, desde la que se gozaba de una vista hermosa del Realejo, al poco cayó la noche cargada de humedad; después de beber un refresco en el interior, bajaron a tomar un autobús que les llevaría hasta el cercano mar. Al llegar a Almuñécar se dirigieron al hotel donde cenaron en un comedor grande y solitario, pues los únicos comensales eran ellos y disfrutaron de un verdadero festín, rodeados de mesas y sillas vacías.

El lugar estaba situado en la playa de San Cristóbal, era confortable, repleto de plantas que se derramaban desde lo alto, como si se tratara de una gigantesta cascada verde; debido a esas fechas, se encontraba decorado de flores de pascua, de renos iluminados y demás adornos que creaban un ambiente muy cálido.

Al día siguiente, andaron descalzos sobre la playa totalmente desierta, bajo el fuerte viento y la luz plomiza, lo cual no impidió que se metieran en el agua y jugaran hasta cansarse.

Entre paseos, una rica paella al sol, una visita al castillo, el día se fue abriendo, haciéndose más amable y regresaron a Madrid como habían llegado, "en un pis pas", celebrando la última noche del año con una copa de cava a bordo del avión de regreso. Era el treinta y uno de Diciembre de 2.001. Isabel tenía once meses y Andrés tres años, la verdad es que me parece que fue ayer.




GREGORIO GIGORRO
"Los jardines del Partal"
Acrílico sobre papel
Firmado y fechado en 2.001
Medidas: 70 x 50 cm





Aranjuez, 23 de Junio de  2.012
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jueves, 14 de junio de 2012

La fiesta grande de Toledo



El espectáculo era tan hermoso ante mis ojos de niño, que hacía más soportable el calor de aquella mañana de Julio; la primavera se había instalado entre nosotros mostrando todo su esplendor. El gentío apretujado se agolpaba a ambos lados de la calle, mientras el cortejo avanzaba solemnemente sobre la alfombra confeccionada con romero, lavanda y espliego, desparramando todo su perfume. 

Era la procesión del Corpus Christi en Toledo, ese día todo el boato y la fastuosidad de la iglesia discurrían por el recorrido tortuoso de la ciudad engalanada. Los estandartes bordados en oro, las autoridades tanto civiles como eclesiásticas vestidas para la ocasión, el arzobispo ataviado ricamente bajo palio, los niños vestidos de comunión y la Custodia, hermoso ejemplar de orfebrería del renancimiento, obra maestra en su género de un tiempo en el que las cosas se hacían para perdurar, era llevada por porteadores vestidos a la usanza del siglo XVI. La banda de música ponía el contrapunto sonoro a tanto color acompañado de las campanas de la catedral. Todo discurría bajo los toldos colocados sobre lo alto y a lo largo del recorrido para suavizar aquel sol de justicia que dejaba entrever un cielo añil intenso.

Mis ojos se llenaban del calor, del color añil, de tanto lujo desplegado ante mi, la piel se me volvía de gallina y los ojos se volvían rojos de emoción y el sudor me chorreaba por la cara. Ha pasado muchísimo tiempo desde aquella mañana y sin embargo siempre que vuelvo a Toledo y lo hago con frecuencia,  me sigo emocionando por las mismas cosas, siempre descubro algún detalle nuevo, algún rincón que se me escapa, alguna cosa por la cual esta ciudad me sigue fascinando.

GREGORIO GIGORRO
GREGORIO GIGORRO
"Desde San Ildefonso"
Óleo sobre lienzo
Firmado y fechado en 2.005
Medidas:60 x 60 cm



Aranjuez, 14 de Junio de 2.012

martes, 5 de junio de 2012

Algunas cosas que no me gustan


Me da urticaria saber que hay personas que compran flores a otras cuando no las podrán oler jamás, las hay que las prefieren de plástico porque duran siempre y no dan bichos, dicen. Algunas en lugar de resaltar el perfume de una rosa por poner un ejemplo, hablan solamente de sus espinas; demasiadas las adquieren días señalados, obedientes a los dictámenes sociales imperantes. Al contrario pienso que sobran las ocasiones para festejar la vida porque una sola gota de rocío sobre la hierba nos habla de su fuerza. ¿De qué nos podría hablar una multitud, multicolor, de flores de las más variadas especies?

Un ramo de rosas de color rosa recién cortado, con sus cientos de pétalos apretujados al borde del jarrón, destila su perfume denso, impregnando todo a su alrededor. Esto me hace pensar en las abejas, las mariposas y otros animalillos que atraídos por su olor caen en las redes de su seductora fragancia aspirando todo lo mejor de la planta, lo mismo percibimos nosotros en ese instante pero no de la misma manera; demasiadas veces nos quedamos con lo espinoso de los hechos acaedidos en vez de guardar lo dorado de éstos, como oro en paño, aún después de haberse marchitado.

GREGORIO GIGORRO
"La alegría de vivir"
Acrílico sobre papel
Firmado y fechado en 1.998
Medidas: 50 x 71 cm




Aranjuez, 5 de junio de 2.012