sábado, 20 de junio de 2015

Ocaña


Si te desvías de la autopista cruzando un puente por debajo, te internas en una carretera secundaria torcida y retorcida de curvas, a la sombra de un pinar donde hay escondida una piscina para aliviarte de los calores veraniegos al son de las incansables cigarras; al otro lado un vallecillo con una ermita donde se venera una imagen de Cristo y cerca una fuente soberbia para calmar la sed y escuchar corretear a los niños sobre el pedregoso pavimento, más arriba, descubrir la fuente grande, un conjunto clásico imponente, llevado a cabo bajo la dirección del mismísimo Herrera, el arquitecto de El Escorial; eso ya te da idea del lugar que pisas, desde allí el pueblo te mira desde lo alto, sereno sobre el llano donde se asienta; destacando la torre de San Martín y de Los Remedios. Ya en la villa pasear es un gusto por la tranquilidad de sus calles y la sobriedad castellana de sus edificios, que no dejan ver lo que albergan en sus interiores.
 
Ocaña existió desde tiempos inmemoriales como lo atestiguan los vestigios guardados en el Museo Arqueológico, aunque fue durante el medievo bajo la Orden de Santiago cuando empezó a tener preponderancia, fue escenario de las luchas por el trono entre Isabel de Castilla y su hermanastro Enrique de Trastámara, fue precisamente aquí donde se fraguó su matrimonio con Fernando de Aragón, mucho más tarde estudió Lope de Vega en el lugar que actualmente ocupa el teatro, fue visitada por Juana de Castilla de cuya casa se conserva solamente la fachada.
 
Para muestra de su grandeza basta con admirar el palacio de los Cárdenas, hasta llegar a la Plaza Mayor comparada con las de Madrid y Salamanca, continuando con los conventos que siguen en pie; el más majestuoso es el de los Padres Dominicos, que posee un hermosos claustro renaciente o la iglesia de Santa María la Mayor justo al borde del barranco.
 
La villa posee una belleza sobria y rotunda, muy manchega, el trato de su gente es afable, se come bien, hay lugares para el sosiego a dos pasos de la carretera general; desgraciadamente muchas personas pasan de largo, es mucho más que un cruce de caminos y una cárcel.
 
Toda esta grandeza se para en seco al otro lado de la que fuera la calle con dirección a Cuenca, pues a la derecha de esta, se extienden barrios que nunca han sido habitados mayoritariamente, como resultado de la burbuja inmobiliaria, dejando un  paisaje desolador, aunque el casco histórico no ha escapado tampoco a ese expolio, con todo, los despojos siguen siendo reseñables.
 
Tomando un refresco en una de las terrazas de la Plaza Mayor se sentían en un patio de vecinos aunque enorme, escuchando los gritos de los niños, los chasquidos de los vasos y esa quietud que da ese conjunto tan español y mesurado, bajo la luz del cielo que va declinando y poblándose con las piruetas de las golondrinas mientras su amigo Juan les dice:  "Quedaros a merendar, ¡Se está también aquí¡"

GREGORIO GIGORRO
Plaza Mayor de Ocaña (Toledo)
Foto: Pilar Cuns