domingo, 2 de junio de 2013

La vista


Después de haber atravesado el majestuoso puente de Alcántara,  habiendo visto el conjunto apiñado y sobrio bajo el Alcázar,  se internaban a través de una carretera estrecha y zigzagueante, bordeando la escarpada colina, atravesando el arco que un día formó parte del acueducto que abasteció de agua a la ciudad.
Seguían subiendo la cuesta y a la derecha, en lo alto se erguían las numerosas iglesias, palacios, la potente catedral primada con su esbelta torre, San Ildefonso, San Pedro Mártir y otras muchas, recortándose sus perfiles bajo el cielo añil. Para él, era uno de los skyline más soberbios del mundo; a veces se paraban al lado de la virgen del Valle, una ermita deliciosa, desde donde la ciudad se mostraba en toda su magnificencia con el Tajo encajonado a sus pies.
No sabría con que estación quedarse, pues la encontraba hermosa en cualquier época, hiciera frío o calor, fuera de noche o de día, por cierto gracias a la iluminación de la que disfruta, tenía la impresión de estar delante de un lugar anclado en otro tiempo, fuera del actual.
Otras veces llegaban hasta el cerro del Emperador y en la terraza del parador, si hacía bueno, él mientras tomaban un refresco, les iba relatando los nombres de cada monumento; como regresaban de  vez  en cuando, tenía la costumbre de preguntar a sus hijos por aquello que les había enseñado.
Cuántas puestas de sol cegadoras habían visto los cuatro. Al regresar de otros viajes, hacía lo posible para descansar y estirar las piernas, parándose delante de aquel espectáculo, se sentía que estaba en su casa y que desde su balcón justo enfrente, estaba Toledo, ¡Casi na!, deseaba que le quedaran muchas ocasiones para seguir gozando de aquella vista, pues siempre decía: "Si me gusta algo, es para siempre".

GREGORIO GIGORRO
GREGORIO GIGORRO
¡Qué miras, princesa!
Tinta y acrílico sobre cartón
Firmado y fechado en 2013
Medidas:  50 x 35 cm


En Aranjuez a 2 de junio de 2013