martes, 11 de marzo de 2014

El azar


Nuestro príncipe se encontraba ensimismado frente a la ventana desde la que se veía la pared abrazada por  la hiedra, por donde revoloteaban jugueteando con las hojas un tropel de mariposas. Viendo el cielo azul cobalto, recordaba lo mucho que había rogado a sus padres para que le dejaran bajar a este planeta desde la lejana estrella que habitaban.

Por azar había caído sobre sus manos un libro dedicado a la decoración  de una pequeña iglesia donde  se representaba el cielo plagado de ángelas y ángeles alrededor de un señor que llevaba una especie de sombrero redondo y amarillento, hacia el que se dirigían todas las miradas absortas de un grupo numeroso y variopinto de personas.

Recibió tal arrebato al descubrir aquellas imágenes, que resolvió ir allá donde se encontrara esa obra pintada al parecer  por un terrícola, hacía más de doscientos años; después de muchas conversaciones con sus padres los cuales desaconsejaron el viaje, tanto se empeñó,  que ellos cedieron ante el  joven entusiasmo de  su hijo.

Y llegó a la tierra  y tomó la apariencia de un estudiante de arte, venido de un país que carecía de dicha tradición. El choque de nuestro príncipe fue brutal tras descubrir el ruido de las personas que se trasladaban en máquinas inmundas  y malolientes, desplazándose de un  lado a otro deprisa  y a gritos, de como vivían apilados unos  encima de  otros, consumiendo mucho tiempo en comer, comprando cosas y más cosas que luego tiraban una vez usadas;  y sobre todo, le sorprendían sus  caras tristes, histéricas, alegres, pensativas...
Aquellos frescos pensaba merecían  la pena, pero lo demás dejaba mucho que desear, mientras que  los gatos sentados le escrutaban, él les devolvía su  fosforescente mirada diciéndose que eso también merecía la pena, al igual que el canto de las aves que los  humanos se empeñaban  en guardar entre rejas  impidiendo su natural vuelo. Él, venido de un mundo en el  cual predominaba el silencio  y el bienestar, donde se había anulado  todo sentimiento de culpa, también de amor y desamor, en el que el tiempo no lo medían los relojes, esos trastos que tampoco acertaba a saber su verdadera utilidad, para él los días y las noches lo regían los astros, no los inventos humanos que según su opinión conspiraban contra la vida, no ayudaban a vivir plenamente sino a ser  esclavos de si mismos .

Pero al final de todo lo que constataba a su alrededor siempre volvía aquel espacio magnífico  y sobrecogedor, donde reinaba la paz y la  armonía en medio de aquella ciudad bulliciosa, solo  y solamente disfrutaba de la  calma del lugar, lo cual le colmaba con creces todo el  resto.


GREGORIO GIGORRO
GREGORIO GIGORRO
"Boceto para la gracia"
Acrílico y tinta sobre cartón
Firmado y fechado en 2014
Medidas: 60 x 40 cm



En Aranjuez a 11 de marzo de 2014