jueves, 26 de julio de 2012

La excursión



La cabeza le bullía con la multitud de imágenes hermosas, después de visitar el palacio y la deliciosa Casita del Príncipe. La comida que tomaron les alivió del cansancio y del calor pegajoso, el tedio les comenzaba a invadir pero ello no fue obstáculo para visitar el Cristo del Pardo pues se encontraban a tiro de piedra de allí. En el interior reinaban el frescor y el silencio, sentado en un banco recorría plácidamente el lienzo majestuoso de Ricci que a modo de retablo llenaba la cabecera de la iglesia, reconstruida después de la guerra civil. La Virgen representada en todo su esplendor, rodeada de ángeles en la parte superior, estaba escoltada en la inferior por dos santos (San Pedro y San Francisco), mirándola extasiados, ¡qué lujo estar solos ante tal obra!, a un paso se encontraba la escultura yacente de Cristo, iluminada bajo la cúpula, dando la impresión de estar bajo un catafalco digno de un rey, no era para menos; la obra derramaba a raudales toda la tristeza y el recogimiento que uno pueda imaginar.

Afuera el ruido sordo de las cigarras les hablaba manifiestamente de una hora, en la que el mundo está desierto de gentes y solamente personas como ellos, se aventuraban a disfrutar de momentos sublimes, sin ser molestados por nadie. ¡Y pensar que a diez minutos de allí la autopista se encontraba atestada a esas horas!, ¡cuántos paraísos nos perdemos estando tan cerca! Después de refrescarse la cara en una fuente continuaron su viaje hacia la montaña, sin importarles el calor que les esperaba.

Efectivamente, la autopista estaba a rebosar de vehículos, pues era viernes y multitud de personas cada fín de semana intentaban escapar de la monotonía; una vez superado el tapón de la circulación, ellas se echaron una siestecita y él se desvió para tomar otro camino hacia la montaña, se dieron un respiro en una fuente sólida y hermosa.Él se acordó de cuando era pequeño y con su familia paraban en ese mismo lugar para refrescarse, al poco rato comenzaron a descender y continuaron gozando de un paisaje boscoso con un montón de curvas, hasta llegar a La Granja de San Ildefonso, diminuto si se ve a lo lejos bajo la inmensa montaña y con mucho empaque cuando se pasea por sus hermosos jardines. ¡Qué buen gusto tuvieron Felipe V e Isabel de Farnesio!, comprando esa propiedad a los religiosos que la habitaban, no quisieron competir con la escarpada orografía, al contrario la domesticaron y la poblaron de fuentes bellsimas; ahora nosotros gracias a ellos disfrutamos de toda una historia mitológica petrificada, bien cuidada, con sus frondosos parterres, llenos de flores. Fue el primer lugar donde la niña quedó sorprendida cuando vió las esculturas diseminadas por dicho lugar.

Como el día daba para más, él deseaba llevarles hasta la cercana Segovia, allí rodearon la ciudad, subiendo hasta Zamarramala, desde donde se contempla todo el hermosísimo conjunto monumental, descollando sobre éste, las torres de San Esteban, de la Catedral y del Alcázar, recortándose detrás la sierra como telón de fondo. La tarde caía, decidieron marcharse a casa tranquilamente cuando ya había oscurecido.


Gregorio Gigorro
GREGORIO GIGORRO
"Un paseo por el parque"
Óleo sobre lienzo
Firmado y fechado en 2.000
Medidas: 60 x 120 cm




Aranjuez, 27 de julio de 2.012

martes, 10 de julio de 2012

La huella de Roma


Todo el peso de la historia, fue sepultado por el tiempo, a medida que éste pasaba, echaba más tierra encima, de tal manera que borró casi totalmente aquello que un día floreció. Encima se cultivaron las tierras año tras año, bajo la mirada del único vestigio en pie "El Palatium"; quiso la casualidad que un día, el dueño del terreno mientras estaba faenando se topara, con restos antiguos y comenzó a excavar, poco a poco fueron apareciendo trozos de mosaicos, monedas, columnas, enterramientos y demás enseres.

Hasta la fecha, en el yacimiento de Carranque (Toledo) han salido a la luz, una villa Romana, restos de un edificio de díficil filiación y otro que parece ser un enterramiento. Dichos hallazgos, nos llevan hasta el reinado de Teodosio I el Grande (Siglo IV d.C.), perteneciente al Bajo Imperio Romano. 

La colección de mosaicos, ejecutados exquisitamente por distintos talleres musivarios, denotan la huella de Roma sobre nosotros. Los temas desarrollados, son por una parte decorativos, a base de círculos, rombos, cenefas y por otra parte mitológicos (Neptuno rodeado de animales fantásticos, Aquiles, la lucha de Adonis por el amor de Venus),  por citar unos ejemplos, ya que la vivienda se encuentra totalmente tapizada; la calidad de dichos hallazgos es digna de Pompeya, ello nos habla de su propietario, pues no escatimó medios para llevarla a cabo, en algunos casos, dichos medios eran privativos de la familia imperial, y el hecho de haberse descubierto una mesa de pórfido (mineral originario de Egipto), o las columnas de una sola pieza procedentes de Turquía, nos ponen en relación con alguien muy cercano al poder. Además, existen en la pequeña exposición del yacimiento, objetos procedentes de enterramientos como joyas, vasijas, etc, mostrados por cierto, de una forma muy acertada, para que los más pequeños puedan tomar contacto con nuestro pasado.  Otro hallazgo interesante es el llamado Palatium, a juzgar por el perímetro que ocupa, debió de ser un edificio de gran importancia y que fue utilizado con posterioridad por musulmanes, cristianos..., hasta llegar al siglo XX, durante el  cual fue dinamitado, para contribuir con su  material a la construcción de otros edificios.

Os hablo de una época, no la única, en que la historia estaba por encima de los acontecimientos, lo que se hacía, era para perdurar. Disfrutar de la vista de ésta colección de mosaicos es una delicia, es un billete para imaginar lo que debió de ser aquel paraje, en la actualidad, desierto y poblado de cigarras bajo un sol de justicia. Espero que pronto, se reanuden las excavaciones, para seguir desenterrando nuestro pasado y la memoria, siga viva. No lo olvides, ven a Carranque; para sentir la huella de Roma, no hay que ir tan lejos, si vives cerca.

Ni que decir tiene que el legado romano en nuestro país es tan extenso como rico, pensad en las ruinas de Segóbriga, Valeria, Clunia, Merida, Tarragona y tantísimas otras.


Gregorio Gigorro
GREGORIO GIGORRO
Boceto de jarrón grecoromano
Bolígrafo y acrílico sobre papel
Firmado y fechado en 2.012
Medidas: 35 x 25 cm

miércoles, 4 de julio de 2012

Un viaje hasta el mar



¡Quiero ver el mar!,  pues vamos, le respondió. Una semana antes de acudir a la ineludible cita con el médico, emprendieron el viaje; cruzaron campos y campos hasta llegar a una ciudad completamente amurallada, recoleta e íntima, como una noche de amor. Desayunaron en una plaza hermosa, sentados al sol; disfrutaron paseando sin prisa, saboreando alguna iglesia románica, alguna portada renacentista y algún que otro pastel típico del lugar.

Prosiguieron el viaje hasta la siguiente ciudad, antes de llegar, a lo lejos, en el horizonte, se divisaba el color arena de la parte vieja, con sus dos catedrales descollando sobre todo el conjunto, coronando la colina, mirándose en el río. 

Y otro descanso,  ya que no tenían prisa por llegar al mar; ante ellos orgullosa y magnífica se erguía la Clerecía, San Esteban, el colegio de Anaya, la iglesia de la Purísima "soberbio ejemplo del mejor barroco de Salamanca", adonde  llegaron pasado el medio día, se pasearon por su historia labrada primorosamente durante siglos, descansaron de tanto ajetreo, tomando un café en la Plaza Mayor; ella quedó maravillada ante el fabuloso espectáculo. Después siguieron rumbo hacia Portugal, Isabel estaba entusiasmada por el hecho de ir a otro país, se preguntaba: ¿Cómo será?, ¿cómo hablarán...? La noche cayó sobre el mundo, éste se volvió brumoso y oscuro, el paisaje estaba salpicado de lucecitas de vez en cuando y la autopista era un camino negro y solitario; ya habían cruzado la frontera. Decidieron quedarse en una pequeña ciudad que ocupaba la parte alta de un monte, donde soplaba el viento, no había mucha gente en la calle, quizá porque la noche era fría. Disfrutaron de una rica cena en un restaurante que olía a "familia" y más tarde durmieron en un hotel lleno de plantas pegado a la muralla. Al despertar descubrieron la catedral robusta y de piedra grisácea, enmarcada por la ventana de su habitación. Luego se dieron una vuelta por la ciudad y compraron algo para recordarla. El paisaje se volvió verde, los pinos se agolpaban a ambos lados de la carretera, el aire era limpio, los tejados rojos de las casas ponían el contrapunto a tanto verdor.

Llegaron a Porto al final de la tarde, se pararon en la playa de Matosinhos, para mojarse los pies; el sol, cansado de un largo día de junio, se preparaba para acostarse mientras Isabel sola correteaba por la orilla y las gaviotas parecían no quedarse a la zaga. ¡Era un espectáculo! 

Porto, es una ciudad cargada de edificios forrados de azulejos azules, de torres barrocas, ¡Qué hermosa es la estación de San Bento!, de cafés decadentes y tranvías amarillos que cruzan el río Duero, ya casado con el mar, a través de puentes majestuosos que desafían a la gravedad... Fue una visita muy agradable.

Regresaron a cumplir con su cita, ya en el hospital, al suministrarle la dosis pertinente, la enfermera le dijó: "Piense en algo bonito". Ella se acordó del mar, del inmenso mar que da calma, del mar como un camino sin bordes, repleto de sus sueños. Poco más tarde, cayó rendida.



GREGORIO GIGORRO
"La playa"
Acrílico sobre papel
Firmado y fechado en 2.012
Medidas: 30 x 50 cm



Aranjuez, 4 de julio de 2.012