domingo, 14 de junio de 2015

Galicia



Como todas las tardes, Paquito después de ir a la escuela subía la cuesta que le llevaba al prado, cerca del bosque umbroso; iba escoltado por una manada de caballos, sólo tenía siete años, aquel niño se ocupaba de esos y otros menesteres en la aldea gallega donde nació. Como siempre se sentaba sobre un pedrusco desde donde se divisaban las lomas redondas y verdes que tenían como telón de fondo la playa de Carnota, a veces vislumbraba por donde venían los barcos de América, ese lugar desconocido y fascinante para él.
 
Aquella tarde estaba bañada por un sol caliente y pegajoso que además picaba; mientras jugaba a tirar piedras, cuanto más lejos mejor pues su perro se divertía sin descanso en ir a buscarlas y traérselas a su dueño si las encontraba entre la hierba. Los caballos ajenos a sus devaneos infantiles pastaban plácidamente, el cielo se iba oscureciendo debido a los nubarrones gordos y negros, hasta tal punto que oscureció completamente, a la vez empezó a soplar un fuerte viento que despeinaba con furia a los pinos y eucaliptos; de pronto empezó a tronar, llegaron los relámpagos y los rayos que por momentos iluminaban con violencia el inmenso firmamento; los caballos comenzaron a  ponerse nerviosos, yendo de un lado para otro y el niño desvalido empezó a asustarse, sin poder buscar ayuda. A los animales no se les podía dejar solos le había dicho siempre su familia.
 
Así el cielo se  rompió en un diluvio y el rio Jallas comenzó a desbordarse; corrió a guarecerse con los caballos al frondoso bosque, los  rayos no cesaban, los árboles caían a su alrededor y el pobrecillo calado hasta los huesos junto a su perro; preso del miedo permaneció completamente quieto  y con los ojos encendidos.
 
De pronto, una voz rotunda salió de entre la maleza, como si estuviese en una cueva, "No te preocupes, nada malo te va a suceder", Paquito se quedó boquiabierto buscando al dueño de aquel vozarrón.
 
Al  rato, largo más bien o eso le pareció a nuestro niño, las nubes se disiparon dejando paso a un sol resplandeciente y todo volvió a brillar como cuando llegaron los caballos, el perro y él hasta el prado; poco le importaba la reprimenda que le iba a echar su madre por llegar tarde.
 
Colorín colorado este cuento se ha acabado.
 
Dedicado al abuelo Paco.
 
GREGORIO GIGORRO


En Aranjuez a 14 de junio de 2015