La mañana del 29 de agosto del año 79 d.C. era resplandeciente, nada ni nadie pudo presagiar lo que ocurriría aquella tarde; los pompeyanos atareados en sus quehaceres ni por asomo pensaron o sintieron que sería su último día.
El Vesubio empezó a producir explosiones de piedras, de lava sin parar, ¡algo aterrador!, por las laderas se derramaban ríos candentes sembrando la destrucción y la muerte a su paso.
Herculano, Pompeya y otras poblaciones quedaron sepultadas bajo una capa de cenizas de más de 7 metros, 1700 años largos durmieron el sueño eterno.
El arquitecto Doménico Fontana en el siglo XVIII realizando trabajos de saneamiento, descubrió unas inscripciones en las lápidas situadas en la zona del anfiteatro, más tarde en XIX se iniciaron con mayúsculas las excavaciones de Pompeya; hasta hoy se ha sacado a la luz la mayor parte del total, aunque se continúa trabajando, doy fe de ello, de hecho, se acaban de descubrir pinturas parietales bellísimas y en un excelente estado de conservación concretamente en la casa de los Castos Amantes.
El suceso fue terrible, realmente conmovedor en aquel tiempo, tanto es así que desapareció el puerto de la ciudad, la tierra se adentró varios kilómetros en el mar no obstante gracias a ello podemos disfrutar de un documento valiosísimo para el conocimiento del mundo romano que tan decisivamente ha influido en la posteridad.
El Cisternone de Albano cerca de Roma, construido entre los siglos II y III d.C. presenta un estado como para continuar la función para la cual fue construido, el Panteón de Roma casi 2.000 años después, sigue dándonos lecciones de arquitectura o el embalse de Proserpina abastece a Mérida. Sirvan estos ejemplos, aunque podría hablar de muchísimos más para comprobar la vigencia de lo romano.
Pasear por Pompeya es hacerlo través de un gigantesco cementerio en vivo, no es difícil imaginar el pálpito de la vida de aquellos seres humanos, andando por sus calles rectas, enlosadas, con aceras e incluso con pasos de peatones, fuentes de trecho en trecho, o entrar en sus casas, comprobar sus diferentes partes, su decoración parietal, que tanto se ha imitado en el Renacimiento, o gozar de un espectáculo en el teatro grande, en el pequeño, sentir el ambiente del foro en la Basílica…, un paseo plagado de datos y hermosura viendo los arcos triunfales, las esculturas que adornaban los templos ahora custodiadas en el Museo de Nápoles.
Fue un varapalo, la vida te puede cambiar en segundos privándonos de todo incluso de lo más preciado, pero siempre prevalece sobre cualquier calamidad, antes del desastre en el 79 hubo otro en el 64; todo se repuso. En la actualidad podemos comprobar bajo las faldas del Vesubio que hay todo un rosario de ciudades y pueblos al borde del mar.
La tragedia acaecida en Valencia pone de manifiesto cuestiones de vital importancia que merecen por sí solas una reflexión, pero por encima de todas sobresale una por el resto porque se puede perder absolutamente todo, pero si logras sobrevivir siempre quedará la esperanza y estoy seguro que nosotros juntos seremos capaces de salir de esta pesadilla.
Por todo lo dicho, al menos una vez en la vida visitar Pompeya, es tan maravilloso como aleccionador.
Pompeya En Aranjuez a 17 de noviembre de 2024 |