El viajero se sentó rodeado de hermosura, colgado de las paredes se encontraba el esplendor del renacimiento español pintado: obras de Correa de Vivar, Juan de Juanes y Luis de Morales llamado el Divino con toda justicia debido a sus obras de asunto religioso.
Muy poco le importaban las influencias flamencas e italianas que le hablaban de la impronta de Sebastiano del Piombo, Cesare da Sesto o Fra Bartolomeo..., de su formación sevillana; no hay que olvidar que Sevilla era una ciudad rica en el sentido más amplio, a ella llegaban tanto el oro de América como poderosos banqueros y comerciantes así como un nutrido grupo de variopintos artistas para trabajar en dicha urbe. Como tampoco se debe olvidar la difusión de los grabados y dibujos de Alberto Durero, ni la obra de Pedro Berruguete, impregnada de la corte de Urbino y la llegada de artistas como Paolo de San Claudio a Valencia, traído de la mano de Rodrigo Borja, después convertido en papa con el nombre de Alejandro VI.
Todo eso, quedaba lejos para él, aislado en una isla de la belleza, sabiéndose solitario, rodeado del ajetreo propio de la ciudad, transtornada por una jornada de huelga general. Sin embargo, viendo detenidamente la obra de Luis de Morales, le venía el recuerdo de aquel día en que una amiga, le mostró en su casa una anunciación del autor; quedó fascinado por la sencillez, la dulzura y el equilibrio a un palmo de sus ojos. Aquella imagen le obsesionó y aunque con posterioridad había disfrutado de un montón de maternidades, siempre volvía a aquel cuadro, "La virgen con el niño", era un derroche de ternura, de paz y de equilibrio; ahora solo y solamente con los ojos del alma se deleitaba ante aquella obra maestra que el paso de los años no había logrado pasar por alto, al contrario le seguía atrayendo como un imán sobre el resto, y hacer esto en el Museo del Prado le parecía una absoluta incosciencia; sobre todo sabiendo que estaba detenido frente a una obra de un pintor que nunca fue considerado de primera fila según los eruditos, pues le adjudicaron el calificativo de "manierista".
El sentía que los datos era conveniente saberlos pero a la postre no importan demasiado, cuando lo fundamental es el placer de gozar de algo sencillamente hermoso.
No es de extrañar que un monarca como Felipe II heredero del Concilio de Trento entre otros muchos legados quisiera conocer a este artista cuyo trabajo le venía como anillo al dedo para despertar la devoción que preconizaba la contrareforma, comenzada por su padre el emperador.
GREGORIO GIGORRO Boceto para plato Acrílico sobre papel de embalar Firmado y fechado en 2.012 Aranjuez, 17 de noviembre de 2.012 |
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