Se puso a dar vueltas por el pequeño apartamento, pensando: "Una semana y estaré de nuevo en Nueva York", su ciudad preferida. Como si se tratara de una mudanza, empezó frenéticamente a sacar prendas y más prendas del armario atestado de ropa, eligiendo a toda prisa, esta sí, esta no; el atuendo tendría que ser invernal, la ciudad de los rascacielos en esa época del año era un heladero, donde los vientos gélidos daban paso a imponentes nevadas.
De pronto, volcó la maleta, a todo esto ya la había llenado con creces y se dijo: "¡Qué tontería"!, habrá rebajas después de las navidades, me lo compraré todo allí, excepto la ropa de dormir y los mejunjes para estar guapa; lo mejor, es ir a la peluquería, me haré hacer unas cuantas sesiones de masajes y un corte de pelo más juvenil, ¡hay que causar buena impresión!. Así después de haber recibido unos relajantes toqueteos en un centro de belleza, llegó al día señalado con una piel más luminosa y una figura estupenda, se enfundó unos tejanos, un jersey rojo bermellón de cuello alto, un abrigo de ante y unas botas y se fue a despedirse al cuarto de baño, la imagen que reflejaba no era la de una mujer pasados los cuarenta, sino la de una chica morena de piel, de grandes ojos negros enmarcados por unas cejas firmes, unas pestañas de cine y una boca carnosa que sonreía levemente. Cerró la puerta, sin despedirse de nadie, solamente, días antes fue a darse un garbeo por el Museo del Prado, su pinacoteca preferida.
En una mañana luminosa, partió radiante, loca por escribir y vivir de ello; eligió ventanilla, le fascinaba ver esas interminables llanuras de algodón que le recordaban a aquellos dulces que se vendían en las ferias cuando era pequeña, poco a poco iba desgranando recuerdos, vivencias de aquel viaje con él, inolvidable a pesar del tiempo y tiempo tenía para esa tarea, pero todo llega, aterrizó en el Aeropuerto de la Guardia y tomó un taxi hasta la Quinta Avenida con la calle cuarenta y dos, lugar de la entrevista, amenizado por la charla dicharachera del conductor que por cierto era colombiano.
Descendió del vehículo y aspiró el aire frio y el frenesí de la gran manzana, se encontraba frente a un gran edificio con portero uniformado en la puerta, le saludó, "Adonde va señorita", -A la vigésima planta-, le respondió; se sonrieron. El vestíbulo aparecía aún adornado con un majestuoso árbol de navidad, tomó un ascensor y en un pispas llegó a su destino, -Buenos días, soy Violeta y Olé, me esperan-le dijo a la recepcionista. Ésta telefoneó y después le dijo en perfecto español: "Acompáñeme, por favor". Después de recorrer un pasillo, atravesar una sala enorme llena de personas trabajando en sus mesas junto a otras que iban y venían portando carpetas y publicaciones, con un murmullo de conversaciones en inglés y en español, desembocaron en una sala cuadrada decorada con cuadros de colores alegres y una kentia enorme situada frente a un ventanal, entre dos sillas escuetas se enmarcaba la única puerta donde se leía: Director. Su acompañante le dijo después de llamar pase por favor y se despidió, le devolvió una mirada agradecida y abrió con firme decisión.
Se quedó boquiabierta, no pudo articular palabra, Violeta no daba crédito a quien veían sus ojos. To be continued...
GREGORIO GIGORRO "Pepi and the butterflies" Acrylic on canvas Signed and dated in 2013 150 x 50 cm Aranjuez a 3 de enero de 2014 |
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